sábado, diciembre 24, 2005

reiteración

De una inscripición en la arena abandonada al viento...

...te convoco y te condeno a que no puedas cerrar los ojos sin verme, abrir los labios sin llamarme, saciar la sed sin sentir en tu boca la mía, tocar tu cuerpo sin creer que me acaricias, doblar una esquina sin la esperanza de hallarme, alzar el teléfono sin oír en mi voz tu nombre, abrir un libro sin leer estas palabras, porque el único amor que me hace falta es el tuyo, y lo necesito de esta manera desmesurada en que yo...

jueves, diciembre 22, 2005

xmas

Caminaste y corriste por los recodos más recónditos de esta laberíntica ciudad para, ya más tarde me enteraría, darme una noticia triste; hasta que, en la cantina de la que soy fiel parroquiano y en la que por vez primera devolviste sobre mí jugos gástricos y etílicos que tu estómago no quería, me encontraste al lado de tu hermana, la que siempre se quejaba de mí, bebiendo del mismo trago y felicitándonos con demasiada efusividad por estas fiestas de fin de año, lo primero porque el dinero se nos había terminado y lo segundo debido a que había sido una casualidad que ella y yo nos encontráramos ahí, algo que parece no comprendiste porque apenas si podíamos balbucear y estructurar frases coherentes, pese a que aún fueran las seis de la tarde. Pediste entonces, sin más, que necesariamente nos moviéramos a mi casa, el único lugar en el que podíamos arreglarnos los tres, argüiste, y en donde tomaste un par de minutos para encerrarte con tu hermana y sabotear su mareo a través de un poderoso chorro de agua, mientras yo debía meditar, según tú, sobre mis irresponsables actos de embriaguez, lo cual no logré hacer, ya que mi imaginación comenzó a tramar una escena escandalosa y perteneciente al terreno de mis fantasías furtivas, en la que yo accedía a enjabonarle el cuello a tu hermana y los tres lavábamos nuestras culpas y dejábamos escapar por la coladera toda nuestra agotada lujuria. Aunque no hubo nada de lujuria y sí mucho de culpas, pues luego de que saliste arrastrando a una borracha que rechinaba de limpia, la sentaste a mi lado y comenzaste un sermón cuyo final ignoro porque lo siguiente que recuerdo es que desperté al lado de una carta en la que explicabas que tu tristeza era doble no sólo porque precisamente hoy partes a París, a hacer tus estudios en la Universidad de Sorbona, sino también por el amargo recuerdo que te llevas de mí.

martes, diciembre 13, 2005

no me condenes II

Callaste como por necesidad enferma desde la vez primera en que nos miramos fijamente a los ojos, mientras al parecer yo preguntaba en silencio si tendrías pretendiente o algo que se le pareciera y, verbalmente, algo que no recuerdo porque emprendí un cuestionario que pronto finalicé al ver tus expresiones que por lo visto mostraban que caías en cuenta de que fuera yo un hombre de talento para improvisar e interpretar monólogos que podían ser lo mismo interesantes que completamente soporíferos —sobre todo soporíferos—, lo cual, al paso del tiempo y tras varios meses de noviazgo —nunca debí dejar que ocurriera, lo de tu mutismo, aclaro— es algo ya tan necesario ahora porque, ya ves, no te interesa hablar siquiera de lo tanto que padeces las recientes temperaturas tropicales y los inesperados chubascos, por citar un tema más bien pasajero y banal, y es que si me pidieras extraerle agua a una roca, eso sería más factible a que tú hablases sobre cualquier asunto tuyo porque lo más íntimo que conozco de ti es un NO que de tanto que lo repites, pienso a veces que quizá es mi segundo nombre de pila, y acepto de muy mala gana que, como me lo has hecho entender, desde esa vez primera, calladito me veo mejor, como tú, ahora mismo, en que has decidido no dirigirme una sola palabra por cuestiones que no quiero ni mencionar pero que si me dejaras explicar te enterarías que acaso es sólo una mentira el que yo no te haya dedicado un fervor malsano ni a ti ni a esos ojos tuyos tan inusitados, que extraño tanto porque hace días que no te he visto ni he conocido otra cosa que insomnio y una ansiedad despiadada que me mata y me consume, y que me ha hecho cambiar los tragos diarios, y tan siempre coquetos, de Herradura Reposado, por contundentes dosis de cloracepán y lagartil, las cuales —trato de alegar— tuve que suspender a los tres días porque articulaba palabras (y me comportaba) como si hubiera sido sometido a una lobotomía, que sé que podría parecer que tal es mi estado cuando me decido y me excedo en beber más de lo que cargo para gastar en tequilas que acompaño con cervezas a las que pude afortunadamente regresar al cambiar mis medicamentos alópatas por uno bastante soso, ñoño y apenas perceptible llamado passiflorine, que me medicó un cantinero el día en que decidí —a pesar de las advertencias que había recibido por parte de mi médico— no volver tomar aquel recetario de pastillas raras, y comer servido por este buen samaritano que me aseguró que la ventaja de tan aparentemente débil ansiolítico era que no había problema si se combinaba con alcohol ni mucho menos, ya que por años ha sido la receta secreta con la que mantiene fieles a sus eternos, tristes y depresivos parroquianos, de los que ya conoce a detalle sus historias, y con los que, tal parece, pudo identificarme como uno de ellos, advirtiendo de inmediato que debía medicarme o soportar, no mi trágica o cómica desventura, sino mi tan animada y siempre bien interesante forma de conversación, que, supongo, es lo que me mantiene todavía cuerdo y entretenido en este malentendido que, espero, por mi salud física y mental —y sobre todo por la del cantinero, que según sospecho piensa que mis inevitables monólogos y mi histriónica manera de mover y sacudir las manos e iniciar discusiones que sólo yo entiendo son parte, no de la ebriedad que cada vez tiende más a pelearse con la tolerancia que mi cuerpo ha ido adquiriendo con el tiempo hacia el alcohol, sino más bien a mi perturbado y dañado estado anímico, fehaciente en mi aliño, que lo obliga a confinarme en el rincón más oscuro y apartado de su cantina con el pretexto de que ahí, lejos del ruido, puede escucharme con atención sin perder detalle de mi entusiasta y vivaz parrafada—, sea aclarado lo antes posible porque, aunque como algunos malintencionados insisten, no tenga yo traza de buena persona, puedo asegurarte que lo más que se me puede reprochar es la embriaguez y la desmemoria que me ocurrieron hace un par de días en que salí corriendo a un famoso bar esnob de Coyoacán en el que callado —por increíble que te parezca— pensaba en las innumerables veces en que accediste a acompañarme a beber un par de tragos, mientras yo hacía mis cotidianos y rutinarios desfiguros y tú movías la cabeza en signo de desaprobación, y quizá vergüenza, pero que terminabas por perdonar y olvidar con un beso, cuyo insultantemente dulce sabor —como ya te lo dije—recordaba yo en ese momento, entre copa y copa, y al entreabrir y cerrar los ojos y querer evadirme de esta tragedia, y que más me valdría no haberlo hecho porque al noveno trago volví a cerrar los ojos y, al abrirlos, me di cuenta de que era ya de día y de que la cabeza me dolía no por la cantidad de alcohol que había ingerido, sino por el duro cemento de la banqueta en la que había yo pasado la noche soñando que el malentendido había sido producto de una pesadilla fatal y no de esta realidad dura y seca que cada día me pesa más, sobre todo por el silencio al que me estás condenando, ya que más allá de las palabras que pudiera yo hilar de manera coherente, o más bien torpe y de pena ajena como suele suceder, o por lo que tú estás dejando de decirme —y ya olvídate siquiera de tus hermosos monosílabos con los que tan bien nos entendíamos—, sufro de manera rara el mutismo al que me había acostumbrado y que, a pesar de que sigue tan o más vigente que hace unos días cuando todavía nos queríamos, me parece extraño que yo te extrañe de forma tan particular y, si no para remediarlo al menos para no sufrirlo tanto, no haga más que mediar mi vida entre la casa y la cantina —y no de la cantina a la banqueta—, pues desde aquellos efectivos medicamentos —primero los del terapeuta y luego los del buen hombre que sirve las copas— he podido dormir algunas horas más y dar un espacio más amplio a mi otrora voraz hambre que ha hecho, junto con los ingentes y deliciosos galones de licor que me he dado a la tarea de beber durante estos últimos años, una repugnante coladera a mi estómago, pues desde hace varios meses se me presentó y desató una terrible y dolorosa gastritis que me obliga ferozmente a beber, al parejo de mis Herraduras, una botella diaria de antiácido que, entérate, forma parte ya de mi dieta y de este modus vivendi que presumía yo que ya conocías, entendías y tolerabas, pero que de hecho, según presiento, debe aburrirte, ya que si bien es cierto que —deja que insista— a tu lado he pensado que, lejos de escribir, conjugaré el futuro perfecto, tú habrás preferido quizá enseñarme cabalmente lo que es el presente indicativo, sin subjuntivos ni imperativos, en el que admito que mi sorpresa, que es grande, no ha sido mayor que mi desconcierto al advertir lo verdaderamente imbécil que he sido y soy, al no querer ver que es más bien tu silente cariño el que se me ha venido a revelar en todos estos días aciagos en los que —y deja por favor que mi cursilería explote o que por lo menos domine esta vez sobre mi patanería, porque si bien acepto que tus caricias y toda tú me orillan y provocan una lujuria patológica y exquisitamente placentera, admito también que es más aún el cariño, la admiración y el fervor que en mí provocas— me he dado cuenta de que vivo enfermo de no verte y de que desearía tener y probar de nuevo, en este instante, los recurrentes besos aguardentosos que acostumbramos en algún tiempo y con los que tanto nos divertimos, y no la cara de este horrendo cantinero que al principio fue de risa pero que ahora se transforma, tan sólo al verme, en rostro de compasión y sobre todo de aburrimiento y fastidio, que trata de ocultar tras un “me preocupas”, y también de repetirme hasta el cansancio que debo hablar contigo y pedirte que no me condenes a no volver a escuchar tus risas y carcajadas, tus ojos inusitados, tu olor aderezante, en pocas palabras, a estar sin ti.

jueves, diciembre 08, 2005

just

Uptown girl and downtown man.

miércoles, noviembre 30, 2005

ordaz

Hemos sido tolerantes hasta excesos criticables, pero todo tiene un límite.

martes, noviembre 29, 2005

pregunta

Ahora queda un resto de la naturaleza que se construía con la hermosa basura de noviembre: un sentido que tenía la ropa de la sátira, que sonreía largamente.

Deberé preguntar si comprendes lo que digo. Habla en esta confusión.

jueves, noviembre 24, 2005

mutis

Me enteré de eso que no sabía de ti. El asombro no me cupo... No te preocupes, no diré nada... nada.

jueves, noviembre 17, 2005

cars

I know tonight she comes.

sábado, noviembre 12, 2005

don't speak

No te importó saber que se acercó aún con timidez y hecha un manojo de nervios la antigua, legendaria y casi mítica Powerpuff girl para verme la cara de idiota y los ojos hinchados de tanto llorar como lerdo y retrasado, sin saber, desde luego, que su imagen de cabellos rosas y su mirada perturbadora me hicieron, por un momento, pensar que quizá era la reencarnación de Gwen y sus repetitivas y alucinantes simple things, simple kind of life que, desde que la luz había entrado al día, resonaban ya en mi cabeza al tiempo que yo amanecía en un restaurante, tras una noche que había comenzado la tarde anterior (cuando el sol apenas se había ocultado y yo te había llamado al teléfono móvil desesperado y ansioso de conocer por qué deseabas sepultar nuestra lastimada y resistente relación) en la que, para tragarte tu tristeza, habías recorrido calles al lado de la alegría más grande tu vida que, tal parecía, se había ensombrecido (tu vida, no tu alegría), más que por culpa mía, por los rumores de pasillo de alguien que buscaba protagonismo y cuyas palabras me resumiste en un don’t speak, mientras yo, por supuesto que de la boca de Stefani, atiné apenas a pensar que I can't believe this could be the end, en la misma lengua madrastra de Powerpuff, quien ante tal escena no dudó un momento en sentarse a mi lado en aquella cafetería que tanto extraño ahora, y escuchar mis balbuceos que, para su sorpresa, ajenos eran a mi torpeza y aroma alcohólico y nocturno, pues, aseguró en medio de gritos y regaños, estaba yo despedazado no por lo que tú me estuvieras haciendo sino, más bien, por mis propios actos estúpidos que esa noche me habían provocado dos terribles ataques de llanto mediados entre ayes y lamentos y una terrible madrugada que terminó sin dormir ni comer, apenas con las ganas de que me escucharas y supieras, por mi boca, que deseaba tu perdón y, sobretodo, no perderte.

man

The man in the moon.

see

Look to la luna.

jueves, noviembre 03, 2005

miércoles, noviembre 02, 2005

uno

La tristeza de una suposición.

domingo, octubre 30, 2005

cn

Coconut

miércoles, octubre 26, 2005

arpón

Trece días más, trece noches más, ¡ay!, de hotel; el recuerdo me lo borraré con penicilina (a montón).

martes, octubre 18, 2005

ps

"se me volvió una costumbre romper los timbres pegados a tus cartas"

lunes, septiembre 19, 2005

coyoacan

Te recostaste sonriendo malévolamente sobre mis piernas en aquel restaurante familiar, causando, por supuesto, el rubor en mi rostro y la mojigata vergüenza de los mañaneros comensales de las mesas contiguas, quienes, debido al rigor de tus candentes movimientos, intuyeron necesariamente que más allá de un descanso, buscabas el constante roce de nuestros cuerpos, que, de cierta forma, ya habías vislumbrado no volvería a ocurrir con esa sabrosa violencia que cierta noche descubrimos, porque canallezcamente acababas de romperme el corazón al confesarme que habías amanecido con un hombre muy ligado a tu intimidad, y tomado, de la succión de sus labios sobre tu cuello, una siniestra impronta como la que a mí nunca, acuérdate, me permitiste porque afirmabas que eso de la saliva no iba contigo, que eras una mujer que más bien se inclinaba por un trato romántico, existente sólo en tu imaginación, ya que, según me contaste más tarde frente a los helados que hacen contraesquina con el mercado de Coyoacán, habías disfrutado plenamente de tus idilios porque estos se basaban en lazos amorosos y no carnales, pero que, si hemos de ser sinceros, ni tú misma dabas crédito a las mentiras y mentiras que decías, porque para desmentirte sólo faltaba recordárte que la vez primera que salimos terminamos, sí, tú y yo, revolcándonos desnudos en nuestras más puras verdades y falsedades, y no en el silencio eterno al que nos condenamos ya por la tarde cuando tu mirabas pasar los autos sobre División del Norte y yo ocupaba mis pensamientos en recordar si había dejado cerrada la puerta de la casa, pues ya son dos las ocasiones en que lo he hecho, aunque lo único que haya aquí sean sólo botellas vacías y canditad de papeles en los que no hago más que recoger todas las cosas que no digo y que quizá jamás diga frente a frente, y es que más allá de vivir en el callado rencor y la amargura, me pierdo pensando cada una las atinadas palabras que debiera decir, pero que contengo, como éstas que, y espero que sólo quede entre tú y yo, me molestan desde hace varios días: te extraño.

domingo, septiembre 11, 2005

11-9

Dijiste, ya no sé si con tristeza o ironía (por que tu rostro no dejaba ver más), que si algo podría yo recordar de este domingo sería únicamente tvscreenshots que, desde luego, todo mundo trae a colación y a la menor provocación a las charlas de sobremesa, mientras que otros como yo, dices tú, vivimos olvidando lo anterior apenas está ocurrieno, no por mi pésima memoria, sino más bien porque, insistes, lo ocurrido no deja marca en mi vida, mientras alegas que últimamente me has visto cantidad de veces, en una de las enormes avenidas del sur de esta ciudad, besando con lujuria malsana a una delgada mujer que, según tú, ya se metió en tu vida, por que tus sueños no son míos sino de ella.

lunes, agosto 29, 2005

ripio

La Lola me lame los labios.

miércoles, agosto 24, 2005

luna de miel

Mi pobre Lulú, tan flaca tan sola, tomando café espera a su chavo.

Me invita a su casa, me invita a comer, me cuenta su viaje de luna de miel.

Más flaca y más sola, bebiendo su té, recuerda la historia y cómo le fue en todos sus viajes de luna de miel.

Se me hace querido, me dijo una vez, que me hice pendeja, pues no supo a miel.

Desde hace diez años conozco a Lulú y sigue en el viaje de luna de miel.

martes, agosto 23, 2005

anda

¡Juímonos…! ¡Anda, Lucía!

martes, agosto 16, 2005

conejito

Yo no quiero ser tu padre, yo no quiero ser tu madre, yo no quiero ser pariente, ni siquiera un buen amigo; yo lo que quiero contigo es asunto muy aparte: picarte el ombligo es lo que aspiro yo tanto, y por eso yo te escribo para ver si lo consigo.

lunes, agosto 15, 2005

por cigarros a Hong Kong

Que se fue poco antes del otoño, que se fue cierto día como hoy, que se fue y han pasado tantos años, que se fue por cigarros a Hong Kong.

Que se fue cuando ella sacudía, como siempre bostezándole al jarrón. El señor sólo dijo no me tardo, y se fue por cigarros a Hong Kong.

Que se fue sin la foto de los hijos, que se fue y al menor no conoció, que se fue sin dejar el buen ejemplo, que se fue por cigarros a Hong Kong.

Que se fue, y después de un largo viaje, regresó al bostezo y al jarrón, y encontró todo puesto como estaba y volvió por cigarros a Hong Kong.

jueves, agosto 11, 2005

El personal

La conocí en La Central, por la calzada siguiendo sus pasos me perdí; en San Juan de Dios la volvía encontrar y en el mercado me la ligué: la tome de la cintura y le dije dulcemente "dame un besito, no seas ranchera": le compré un par de huaraches, un collar de tejocotes, le invité unos pepinos; en la Plaza Tapatía nos persiguió un policía, y en el Hospicio Cabañas le dimos rienda suelta a nuetro vicio; nos subimos al Parvial, vistamos la Catedral; paseamos por todo el centro: caminamos por la Juárez, por el cine Variedades; en la Alemana nos tomamos unos tequilas y entonces se le abrió el apetito: la llevé a los antojitos (le brillaban los ojitos) se comió cuatro tostadas, ocho sopes, un pozole, tres tamales con atole y diez estrellitas heladas, y ahí me dijo "tengo antojo de una jericaya".

En Guadalajara fue donde me enamoré.

lunes, agosto 08, 2005

breaking us in two

You don’t do the things that I do, you want to do things I can’t do.

miércoles, julio 27, 2005

No me condenes

Yo tuve una novia muy pobre (ojos inusitados). Llamábase María: vivía en un suburbio. Acabamos de golpe: su domicilio estaba contiguo a la estación de los ferrocarriles, y ¿qué noviazgo puede ser duradero entre campanadas centrífugas y silbatos febriles?

María se mostraba incrédula y triste: yo no tenía traza de una buena persona. Su desconfiar ingénito era ratificado por los perros noctívagos en cuya algarabía reforzábase el duro presagio de ella.

¡Perdón, María! Novia triste, no me condenes: cuando oscile el quinqué y se abatan las ocho, cuando el sillón te mezca, cuando ululen los trenes, cuanto trabes los dedos por detrás de tu nuca, no me juzgues más pérfido que uno de los silbatos que turba tu faena y tus recatos.

jueves, junio 09, 2005

I try but you see, it's hard to explain.

miércoles, junio 08, 2005

De furia loca fue la sorpresa que desorbitó a tus ojos tras enterarte que después de todo sí habías aparecido en un publicación para caballeros: no con un texto de los que tanto presumes y que además te han valido el respeto de un puñado de escritores que acostumbran aplaudir como foca tu trabajo intelectual: eras simple y llanamente tal y como no te imaginaste: tú y sólo tú que además de dedicarte a los pilates acostumbras alcoholizarte sin medida: vodka tras vodka: borrachera tras desmemoria idéntica a la que te invadió esa noche en que un tipo sacó su tarjeta de presentación en cuya esquina izquierda había una cabeza de conejo y que tras una breve charla te invitó a lo que ahora ya sabes y yo debo sin remedio aceptar: tu aparición y la de mi rabia que vuelve cada vez que recuerdo esto y que me hace tirar de mis cabellos al pensar en que miles de mequetrefes sin nada mejor que hacer te encontrarán entre modelos canadienses y entrevistas a celebridades que pasan desapercibidas por mis amistades quienes al consultar tal publicación suelen sólo telefonearme para preguntarme con franca desconfianza pero en espera de una morbosa afirmación si en verdad eres tú la que aparece ahí: sí es mi respuesta y niego saber cómo es que te lograste colar a tal mundillo de imágenes e impresiones a sabiendas de que debieras estar más bien en uno de esos comics gringos de personajes decadentes en los que yo sería tu patiño y atolondrado enamorado y tú a la vez una mujer delineada por los ojos de un lujurioso que conoce a profundidad tus pliegues y que con un degenerado talento sabría dibujarte en una estampa que ni yo mismo podría describir: tú hablando y escupiendo injurias y calumnias como frenética y desquiciada entre lágrimas y balbuceos sobre lo mal que te tratamos la vida y yo en especial: cuando acudes a esta recurrente escena y yo no hallo otra cosa que el monótono mutis que suelo representar por mi parte mientras pienso en cosas importantes como escribir una novela que espero sea un hitazo y que comience de forma memorable: en un lugar de Naucalpan de cuyo nombre no puedo acordarme ni mucho menos saber qué sería lo siguiente: tienes siempre la osadía de interrumpirme mis libérrimas y originales interesantes ideas para besarme y repetir ensalivadamente frases que arrojo ipso facto al no me acuerdo porque lo que enseguida hago es acariciarte lúbricamente y decirte que sí tienes toda la razón en lo que sea y más en la canallada que te jugaron al incluirte en esa publicación que muy a pesar de la incredulidad de quienes la han visto te muestra y compara frente a mujeres llenas de bolas tal y como te he querido ver: callada.
¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano?

martes, junio 07, 2005

Picture yourself when you’re getting old.

lunes, mayo 30, 2005

Every day I look at the world from my window.

domingo, mayo 29, 2005

Con cierto temor a mi reacción y con un húmedo y caliente halo que se condensaba en mi oído, me confesaste ser partidaria de aquella sentencia que obliga a tratar siempre a una mujer con el mismo respeto que le prodiga un plebeyo a su generosa y justa soberana, pero que a la hora del ayuntamiento debe uno dedicarle los mismos maltratos y oprobios que le merecen la más popular e intimada de las cortesanas, porque, al fin y al cabo, concluías, es lo mínimo que puede hacer un hombre por la suya. Yo, desde el momento en que salimos de aquella sala de cine, había evadido cada una de las tantas tonteras que tanto te gusta discutir hasta que la garganta se te desangra y vomitas no sólo cuágulos, sino también más improperios en contra de quien se deje, y pensaba entre tanto qué le diría a la ex mujer de Krauze que inexplicablemente consiguió mi número telefónico personal y me pidió que uno de estos días tomáramos un café y charláramos de temas más bien personales, ya que su comportamiento me pareció poco ordinadirio la última vez que nos vimos en un evento social al que asistí por casualidad y en donde ella me llevaba de la mano de un lado a otro presentándome con hartos fulanos y fulanas. Pero no tuve oportunidad de terminar con mis perogrulladas ni de seguir ignorándote porque tu contundente afirmación me orilló a pensar que te referías a que probablemente querías probarte como contorsionista o acróbata a la hora de intercambiar fluidos, y se me ocurrió que tal vez me estabas proponiendo materializar y consumar lo que dejamos inconcluso por culpa de tus necias ideas acerca de que no me importas ni me interesas en lo más mínimo.

Los ojos me brillaron y me volví con una sonrisa para mirarte detenidamente y comprobar que hablabas con plena seriedad. Y no supe ya entonces si había sido una broma de pésimo gusto o si, como aclaraste enseguida, estabas convencida de que debías conducirte como meretriz no para volver tu vida sexual un canto épico lleno de gloriosas batallas, sino más bien para que al momento de que te sumaras con otro alzaras la mano y pidieras que la cuenta se depositara ahí. Y te aclaro que no logré dilucidar tus aseveraciones puesto que mientras terminabas con aquel enunciado, ya me habías tomado del cuello y mordías el lóbulo de mi oreja, para luego alejarte corriendo y cambiar de tema inquiriéndome por la respuesta que me había dado la editorial regia por el libro apócrifo que les había enviado meses atrás.

He pensado en ti todos estos días y no sé si es ya hora de pagar todos mis desprecios.

viernes, mayo 27, 2005

A mi siquiatra no le cabe en la cabeza que a esta edad me dé por ver castillos en el viento.

jueves, mayo 26, 2005

Por la tarde en la trastienda

domingo, mayo 22, 2005

Ái te dejo con el piso limpio, con la mesa puesta, con la cama hecha y ése, tu jarrón, —qué aburrida vida— me voy a Hong Kong.

viernes, mayo 20, 2005

¿Quién soy?, ¿dónde estoy?, ¿cómo llegué aquí? son preguntas no de índole existencial sino más bien las que me formulé, de pronto, cuando me encontraba frente al televisor mirando los aburridos noticieros de la mañana, en plena resaca, y caía en cuenta de no recordar en lo absoluto la noche anterior ni cómo había ido a parar a la sala de mi casa, recostado en el viejo sillón, mientras sostenía una taza con cereal que yacía en mi estómago y que religiosa y ñoñamente desayuno todos los días. Tenía la mente en blanco, pero un pensamiento aterrador me sobrevino e imaginé que lo más probable fuera que luego de que nos echaran de aquella lúgubre cantina en la que tomábamos como cosacos o colonos de azotea de la Del Valle, nos hubiéramos dirigido sin mediar idea alguna a ese lugar al que tantas veces me insististe te invitara, pero que a mí me parecía un exceso: y es que llevarte hasta mi hogar sería mi completa perdición y la cúspide de tu mácula invasión a mi vida, y no lo digo porque de alguna manera quisiera yo apartarte y alejarme de nuestros viscosos encuentros, pero debido ya a la ingente cantidad de veces en que me has puesto una argolla en la nariz para arriarme como buey en la vereda de tus caprichos, se me ocurrió que el verte ahora brincando triunfadora entre gritos y exhalaciones precipitadas sobre mi cama significaría irreparablemente que habrías tomado el último rincón de mi intimidad y con ello el control absoluto de mi vida, a lo que, tú sabes, me niego rotundamente.

Y entonces, tras darme cuenta que, y no lo digo por ti, aún me gusta malgastar mi tiempo escuchando mensadas, me levanté trastabillando para correr a mi alcoba y corroborar que de ninguna manera mis ganas voluptuosas y las tuyas se habían consumado, dejando como saldo único, en mi cama, tu cuerpo inerte, lleno de sueños, al lado del aroma de tus secreciones y quizá también de mis lágrimas y mis confesiones de este idilio tormentoso. Pero afortunadamente nada hallé en las sábanas, donde sólo se encontraba revuelta mi colección de revistas obscenas con las que tanto me divierto y con las que inexplicamblemente me acuerdo de ti; aunque de anoche no recuerde en lo absoluto por más esfuerzos que haga. Tú, en cambio, me telefoneaste por la tarde para decirme que acababas de despertar, y que la noche de anoche jamás (y remarcaste el jamás) la olvidarías porque "nuestro" amor era verdadero.

lunes, mayo 16, 2005

Give the people what they want.
Todas las tardes amar a Martha era mi tarea.

domingo, mayo 15, 2005

De la Sierra Morena...
Qué grande fue mi tristeza cuando aseguraste que eso de fumar y beber eran sólo el principio de una vida que seguramente desembocaría en errar de aquí para allá como alcohólico teporocho, porque, valga repetir las palabras fatales que tu madre me embarró mientras su mirada llena de indignación y enfado me barría de pies a cabeza, a la vez que pensaba con angustia y una lágrima en el ojo que si al tener su hija amistades como yo era porque probablemente había fallado como progenitora, pero me confesó que no bebías ni gota de rompope porque tú sostienes que, tras la resaca, lo trágico no son los malestares físicos ni morales, sino las decenas de neuronas que mueren y cuyos cadáveres quedan en tu conciencia debido a la exagerada ñoñez y puritanismo que practicas, y de los que por poco me contagias cuando me insitaste a correr a tu lado todas las mañanas en los Viveros de Coyoacán. Yo, desde luego, me negué rotundamente, puesto que no iba a desaparecer, sólo por tus desconsiderados caprichos, un excedente en lípidos que tan bonachón y simpático me hacen ver y que tanta cebada fermentada y comida nada nutriente pero muy sabrosa me ha costado.

Aunque si te soy franco, debo aclarar que por un momento mi imaginación me sorprendió con una escena que jamás creí posible: tú vivías a mí lado y por supuesto yo había seguido tus múltiples y soporíferos consejos para llevar una vida de pereza y bienestar con el fin de alcanzar una longevidad horrorosa al lado de cuantiosos chamacos, hijos solamente del pecado llamado lujuria que supongo sería el único exceso al que me darías acceso. Pero los anhelos de mi vida pronto me abofetearon señalándome lo ridículo y espantoso de esta pesadilla, y, sin más, me regresaron los pies a la tierra: amo y gozo todo lo que engorda, hace daño o está prohibido; tú, en cambio, quisieras desproveer de colesterol todas las yemas de huevo y hacer de lo correctamente político un verdadero lodazal, en el que quizá debiera luchar contigo encarnizadamente, cuerpo a cuerpo, no sé si para darle un poco de sentido a mi fragmentaria e incorregiblemente aburrida vida sentimental, o si sólo porque eres la única mujer que me ha propuesto semejantes atrocidades con el objeto de hacerme experimentar lo que ninguna otra.

domingo, mayo 08, 2005

Luego de todos estos días en los que no habíamos cruzado palabra alguna, hablaste iracunda por teléfono para, con toda la fiereza que tus molares y colmillos te permiten, aventarme en cara que te habías enterado que el domingo anterior me vieron caminando por la Avenida de los Insurgentes al lado de una mujer de ombliguera que no paraba de reír ante la sarta de incoherencias que se me ocurrían, así como por las viscosas cosquillas que mi inquieta lengua le provocaba en su agridulce cuello de cisne. Cállate, pendejo, me tienes harta, eres un pitofácil, aseveraste haciendo gala de la finísima educación que siempre te caracterizó y con la que te diste a conocer en esas cantinas apestosas de las que me telefoneabas para que fuera a por ti y pagara la cuenta, porque, sobra decirlo, pero en esos momentos te volvía a renacer inexplicablemente una desbordada pasión por mí.

Pensé que tu llamada tenía como fin último saber qué ha sido de mí durante estas largas semanas, o para plantearme una solución para sacar el televisor de tu padre de la casa de empeño o, por lo menos, para ayudarte con la mudanza, otra vez, del cuchitril que rentas en Xochimilco a la casa de tu hermana la menor; pero no, parece ser que lo único que te mueve son tus arranques malévolos por molestarme y el malsano objeto de poner fin a mi vida con las demás mujeres. Desde hace años que te conozco, y no has hecho más que ponerme piedritas en el camino y utilizarme como imbécil y salida a tus tantos y absurdos problemas y mentiras en las que ya no caigo porque me sé al pie de la letra cada una de tus artimañas: cuando te comenté que sin saber por qué fui a parar al último rincón de este país y caí rendido a los pies de una mala poeta etílica, utilizaste una más de tus mentiras y argüiste que estabas encinta y que indudablemente la autoría pesaba sobre mis hombros, pese a que tú misma no creiste una sola de tus palabras porque sabías que la única vez que amanecí a tu lado fue cuando enfermaste de varicela y tu madre me pidió que viera por ti mientras ella regresaba de Boca del Río.

Y aunque no has dejado de llamarme onanista amateur, en activo las veinticuatro horas del día y de la noche, no había levantado el silencio porque me tenía sin el menor cuidado lo que pensaras de mí y de mi rutinaria y monótona vida, en la que habías desaparecido hasta el día de ayer en el que tuve que soportar la saliva que escurría del teléfono por tantas y semejantes majaderías e insultos. No, querida, no más, puedes ya buscarte otro más imbécil que yo para tu puerquito porque no estoy dispuesto a soportar uno más de tus somnolientos arrebatos.

jueves, mayo 05, 2005

Einsamkeit!

lunes, mayo 02, 2005

Cuándo será domingo para volver.

domingo, mayo 01, 2005

Días atrás recibí un correo electrónico que venía firmado por la fémina que me golpeó las vísceras y los sentimientos con tubo y roca, provocándome cierto aturdimiento, mareo y hemorragia, que me duraron varios meses, años para ser exactos, y de los que no me podía reponer porque, hay que ser sinceros: a) no quería; b) me perseguía su sombra, y, c) dicho sea entre nosotros, porque ella era toda una mujer en el sentido lato de la palabra. Un día, sin más, se acabó lo suyo y lo mío y guardé las fotografías mentales y frases célebres de aquella relación en un archivo muerto, al lado de varios libros de poesía joven y otras tantas cosas que me aburren, y lo arrojé en el camión de desperdicios y basura, porque, francamente, ya no hacían falta. En fin, que en el mensaje electrónico, entre otras frases, había una de reclamo, porque en varios meses yo no me hubiera tomado la molestia de escribir unas líneas para avisar por lo menos que seguía vivo. Debo admitir que de entrada la petición se me antojó igual a la que me habías escrito también hacía un par de semanas y en donde alimentabas mi botijón ego al decir que me rockestareaba por no enviar o contestar mensajillos de ocasión.

Extraordinario.

Tú fuiste también una mujer que con tubo y caguama me golpeaste, aturdiste y dejaste fuera de mí. Desde aquel momento en que me tomaste de la mano para cruzar la calle, mientras llevabas mi brazo completo a tu hombro y tu otra mano se escurría entre mi cintura y me pedías que al llegar a la cantina en la que nos amanecimos te acompañara al baño porque no querías estar sola, y pese a que lo niegues, también porque te diste cuenta que mis brazos estaban hechos a la medida de tu cuerpo, tanto que pasamos horas y horas bailando pegaditos, desde ese momento tu boca y sonrisa que minutos atrás me habían insultado y que minutos después yo probaría preso de amor y lujuria, me sedujeron, y sin saber por qué sucumbí ante tus ojos que se cerraban y tú, llena de frío, miedo y cansancio, sólo alcanzabas a decir abrázame.

Pero no, los mensajes en nada eran iguales, ya que tú respondías al llamado que yo te había hecho y no al sobresalto de la inquieta curiosidad y la imprescindible nostalgia, aunque invariablemente llevará el mismo reclamo. Son tú y ella dos mujeres iguales, por el cariño, la entrega y la límpida lascivia que en mí provocaron (tú sobre todo con una espantosa impunidad), como extremadamente disímiles pues mientras contigo me entendía con palabras, gestos y leperadas, y gustábamos de intoxicarnos y bailar hasta que el sol saliera y yo necesariamente tuviera que dormir al lado tuyo, con ella no gustaba de bailar ni mucho menos de intoxicarme sino de comportarme de forma inefable porque aún me pregunto qué pasó durante todo ese tiempo.

Sí, he de confesarlo, te extraño pero me doy cuenta que ahora el amor es menos intenso que la nostalgia.

lunes, abril 25, 2005

Ayer tenías frío y fiel a tu costumbre pediste que te abrazara y apretujara con un fervor que sólo ya tú imaginas y recuerdas, porque, a lo que a mí respecta, al escuchar tu repetitiva invitación me dieron unas todavía reprimidas ganas de responderte que si querías entrar en calor lo único que podía hacer por ti era apedrearte; y es que, si vamos a ser sinceros, me aburres tanto o más que cualquier libro de poesía joven.

No, por favor, no quiero que me tomes a mal este comentario, pero así como me confesaste tu inexplicable intolerancia hacia mi manía de pasar días enteros encerrado sin comunicarme en lo absoluto contigo o nuestros amigos comunes —días en los que paso horas y horas vegetando y escuchando brit pop y alguna que otra ópera wagneriana, mientras entre otras cosas pienso cuál es el sentimiento que aún nos liga—, así te soy franco, y asimismo te juro que muy a pesar de que vives a la vuelta de mi casa, me da una soberana flojera, ya no digamos de ir a verte, sino de alzar el auricular y llamarte.

¿Recuerdas la noche en que caminábamos por las húmedas calles del centro de Coyoacán y tú te sujetabas de mi brazo mientras me contabas cuentos léperos al oído para avivar mi imaginación y lujuria? ¿Y recuerdas que tras el lascivo beso que te propiné para que te callaras y me dejaras pensar tranquilamente en una carta que debo escribir a una editorial regia para evitar a toda costa que publiquen un manuscrito apócrifo que les mandé, te comecé a recitar de memoria un pasaje de El jardín de la luz Pues en ese momento sí lograste encender mi mojigata pasión, pero traté de contenerte luego de aquel beso con algunos soporíferos versos que, sin saber por qué, recuerdo y cito a la menor provocación. Pero para mi sorpresa tú me pedías con los labios húmedos y tu cuerpo entregándose que siguiera, que no parara. Eras presa de un éxtasis carnal indescriptible; con ese tono de hablar ensalivado y tierno parecías quinceañera copulando a escondidas de sus padres. Pero mantuve mi cordura y lo único que lograste fue que te pidiera un taxi y te mandara a dormir y a soñar con más versos huertianos, mientras yo regresaba caminando a mi casa y pensaba otra vez en el fastidioso tema de la carta.

Si no fuera por tus lúbricos ataques, cuánta distancia ya mediaría entre nosotros.

lunes, abril 18, 2005

Desde niño las cuestiones religiosas me daban miedo. No se trataba de hablar de ese lugar común en el que un hombre semidesnudo cuelga de una cruz por unos enormes clavos, mientras cantidades de sangre escurren por sus carnes lastimadas, y uno se esconde tras la falda de la madre al ver al lacerado que dice se entrega para redimir a la humanidad de sus supuestos actos "malvados". No. Las cuestiones religiosas implicaban necesariamente ese inexplicable acto de fe, en el que el móvil, el fundamento, se centra de una forma u otra en una intención furtiva.

Recuerdo a un maricón malabarista que con ramas de pirul, huevos y una gallina negra en mano, lanzaba conjuros virulentos en los que además de restregar los pirules por todo el cuerpo de mi anciana vecina y convocar extraños y conocidos espíritus al ritmo de un cántico que lo único que lograba inspirar era una zozobra oscura, nos maldecía a un grupito de escuincles y a mí, porque aseguraba que nuestras almas formaban parte de esos seres del más allá que tenían hechizada a la nonagenaría, por nuestras "perversas" actitudes frente a la vida. Chamacos feos, yo sé que ustedes son unos cerdos y que todos los días se agarran allá abajo cuando ven las obscenas revistas de sus padres, decía el malabarista con palabras harto aburridas, mientras manoseaba el lugar donde se suponía debía tener o tuvo su sexo. La consigna inmediata entre nosotros mocosos era ese pinche maricón te estaba mirando a ti y te va a llevar a comer pirul con caldo de gallina negra, y darte besos en la boca, lo cual tratábamos de negar asegurando que no era a mí al que le clavaba esos ojos delineados por cosméticos baratos.

Entonces, como ya lo había dicho antes, no eran las friegas que el brujo afeminado le propinaba a la anciana, cuyo cuerpo en verdad no necesitaba alejar malos espíritus sino únicamente descansar para siempre; ni tampoco era el lenguaje que había adquirido el malabarista tras haber sido educado en una familia de albureros. No. Lo que nos perturbaba era la intención malsana con que lanzaba miradas llenas de odio y lujuria. Y también con la anciana, a quien las sandeces mariconas sólo le hacían pensar que tras semejantes vibras, alejaría todo mal de ojo, vudú o hechizo que pudiera tener, incluyéndonos a nosotros que gustábamos de hacerle burla por las decenas y decenas de gatos que tenía en su casa, y que probablemente serían la verdadera causa de sus enfermedades y padecimientos, ya que a la exorcisada no sólo no le daba tiempo de limpiar las heces de sus felinos sino que preparaba diariamente sus alimentos de ella y de sus animales en condiciones muy insalubres.

Y también en el lado anverso.

Mi obesa y campechana tía vivía en la calle aledaña y yo la visitaba invariablemente todos los días para llevarle algunos recadillos de mi madre, pero sobre todo para admirar una extraordinaria capilla que había levantado en el comedor de su casa y en la que había más figurillas de madera y plástico, e ilustraciones, que en la iglesia de la esquina, sin contar, claro, con una ingente cantidad de veladoras que otorgaban un aspecto siniestro antes que tranquilizante. Mi gordita pariente gustaba y disfrutaba cada una de las veces que se inclinaba frente a su colección de monos y estampas a rezarle a todos lo santos y pedirle hasta por el bien y la salud del caldo de res, las tres piezas de carne, el kilo de tortilla y el litro y medio de agua de horchata que acababa de llevarse a la boca, sin, por supuesto, sentir remordimiento alguno por su insaciable y abominable gula.

El miedo se apoderó también de mí al ver cómo se comportaba mi recta, redonda y tan bien conducida tía, pues lejos estaba yo de tomar esa cordura y compostura con la única intención de quedar bien con un dios que castigaba y me exigía de una fe ciega que mis padres no habían logrado inculcar ni yo aprender. Eran matices los que diferenciaban unas intenciones de las otras: al brujo maricón le bastaba con encender una veladora negra y hacer uso de su bien lograda violencia verbal, mientras que a la hermana de mi padre las veladoras blancas y las frases en las que incluía palabras como no-merezco, perdóname, servidora, castígame, a-tus-pies, líbrame, de-rodillas y otras más que mi memoria ha suprimido por cuestiones de salud mental, le valían que todos los días quisiera mirarla con morbo encender las decenas y decenas de veladoras y contemplar con sorpresa sus ojos en blanco que sucumbían por un Padre nuestro que le llevaba al orgasmo.

Y conste que todo fue por sus creencias religiosas y esas intenciones furtivas que lejos de tomarme de la mano y llevarme a un estado placentero, me orillan al miedo y a la angustia.

martes, abril 12, 2005

Mi vida no la vas a encontrar aquí, sino a mi lado.

domingo, abril 10, 2005

Ayer…

miércoles, abril 06, 2005

Peje el Toro es inocente.

martes, abril 05, 2005

No me condenes...

sábado, abril 02, 2005

Te escribí una carta y no me contestaste (fui a buscarte, ya cambiaste dirección), como tengo unas cosas que reclamarte, me obligaste a escribirte esta canción: deje mi casa por vivir feliz contigo, y me pagaste como algunas pagan mal: por tu culpa estoy viviendo onde ahora vivo, y a esta vida no me puedo acostumbrar: a veces lloro muy cerca de las botellas (especialmente cuando me acuerdo de ti —si amanece no se miran las estrellas... y oscurece y nunca brillan para mí): una sinfonola y dos amigas me acompañan: mi casa nueva, muy distinta a las demás, tiene un letrero de dolor en la vidriera y una cualquiera es la que ocupa tu lugar.

viernes, abril 01, 2005

Cuauhtémoc:División del Norte: 11:30

martes, marzo 29, 2005

Recibí con alegría y ánimo de adolescente tus gozosas y perturbadoras entregas que me llenaban de deseos desordenados al abrir cada una de ellas, aunque poco me durara el gusto y las ganas, ya que, e ignoro el porqué, en los sobres veía horrorizado tan sólo hojas y hojas en blanco, sin ninguna palabra, sin rastro o indicio alguno de ti: ausente estabas, y es que a pesar de estas entregas súbitas, no hay noticia sobre tu persona, nada que me hable, porque tú así lo desees, de quién eres o has sido, y yo, me doy cuenta, estoy sólo al margen.

lunes, marzo 21, 2005

Entumido por el frío y el alcohol, caminaba ya muy de madrugada por Paseo de la Reforma, pensando entretanto —y ya de forma mecánica y aburrida, porque sin dinero ya no había otra cantina o centro nocturno a donde ir— que dentro de un par de días —hoy precisamente— se cumpliría uno más de tus treintaytantos natalicios, y yo, simplemente para no perder costumbre, lo pasaría disimuladamente por alto, fingiendo no recordar en lo absoluto ni lo más mínimo sobre ti, aunque en gran parte sea verdad y no lleguen a mis recuerdos los tuyos ni por equivocación o casualidad (o con una patología que desearas que de ti hubiera adquirido) o te llamara y escribiera —tal como tú sí lo has hecho— para decir que no es cierto que viva con las escenas candentes, pero no sé por qué tengo siempre ganas de telefonearte y decirte que aquéllas fueron y son maravillosas, y que si las repites me tengas en mente, lo cual, estarás completamente de acuerdo conmigo, no haré siquiera en broma, porque, las escenas candentes, como eufemísticamente las llamas, son sólo un recuerdo: las únicas que alcanzo dibujan apenas un bosquejo que a lo sumo produce risas y pena ajena, y que más valdría no revivir por el bien de tu salud mental —que por cierto, he pensado, está en verdad más dañada y atrofiada que la mía, ya que yo no veo moros con tranchetes en donde no existen: mira que asegurar con tanta seguridad que, luego de que hurgaras en mi correspondencia pública, hay cartas que te he escrito sin avisarte, poniendo en evidencia no sé qué tantas tonteras, que nunca acabas de enumerar, o porque o finges demencia o porque tu maldito teléfono móvil (que cargas hasta en sueños) corta la comunicación— y tus relaciones con el sexo opuesto, porque, apuesto, de ti se han apartado ya las cantidades de pretendientes que, muy entusiasmados, como yo, la primera vez, terminan por emborracharse y olvidar que salieron con una oradora autolacrimógena, que a lo único que induce es a quedarse enclaustrado en la casa mirando sosas series gringas de televisión y largos y soporíferos infomerciales, preferibles antes que una de tus charlas tristísimas, que hoy estarás ya evocando mientras partes pastel y piensas si te hablaré por la noche, o quizá mañana temprano, para decirte si recuerdo esta fecha —o por lo menos la noche de hace un par de semanas, en la que, tras consumir grandes cantidades de grados licor, no hice más que besarte y otras cosas de las que la memoria, afortunadamente, no me deja hablar—, o si nos volveremos a encontrar en unos días para darnos cuenta de lo bien que nos complementamos (sic).

lunes, marzo 14, 2005

Te fuiste y no pude despedirme de ti.

lunes, febrero 28, 2005

Yo no quiero llegar,
yo quiero ir.

domingo, febrero 20, 2005

Caminábamos torpemente de una a otra orilla de la banqueta sobre San Juan de Letrán, pensando y confesando entre tanto que para ser más de media noche, y después de ya varias cantinas, yo algunos tequilas y tú otros tantos vodkas, el único lugar que nos faltaba aún por visitar, el que cantidades de veces imaginaste tomar por asalto y yo que de igual forma evité conocieras, era mi oscura alcoba, que ahora, tras haber echado a mis huéspedes, se convirtió en el sitio perfecto para reiniciar nuestros encuentros cercanos que por azares del destino debimos clausurar al grado de que no volviste a dirigirme la palabra, mientras yo todos los días me olvidaba de ti, al lado de una fascinante mujer que remató mi corazón como carne de segunda en un negocio de hamburguesas, porque, aseguró, a mí ya no me hacía falta y era éste el mejor uso que podría darle, comentario al que te sumaste, al atravesar Isabel La Católica, con una mirada que hizo aparecer un recuerdo, un beso y un dedo, que terminaron con la tristeza del sábado negro, el de ayer, que había vivido.

viernes, febrero 18, 2005

El poeta regañado por la musa
De Héctor Carreto

"Ante sus cabellos, el viento
fue incapaz de enredarse.
Intactos, sus labios permanecen.
Sólo la luz —camafeo— fijó el recuerdo",
fueron los versos que escribí pensando en Ella.

Después de leerlos, la Musa marcó mi número:
"¿Por qué me describes con palabras de epitafio?
Según mi espejo de mano, no estoy muerta ni soy estatua.

Tampoco quieras que me asemeje a tu madre.
¿Estás enfermo, o qué sinrazones
te obligaron a cambiar de poética?
¿Acaso aseguras un túmulo en la Rotonda de los Ilustres,
en el Colegio Nacional, o paladeas dieta vitalicia?

Escúchame: no escribas más como geómetra abstraído,
en un lenguaje de cristales que entrechocan,
capaz de pintar una batalla como ramo de madreselvas.

Confía en el instinto: que tus labios refieran con orgullo
mi talento en el baile, mi afición por el vino.
Presume al lector de mis piernas en la loca bicicleta
de los encuentros sudorosos cuyos frutos son tus epigramas.

Tampoco ocultes que tenemos diferencias.
Entre la musa que riñe contigo y la que duerme en un lienzo,
no dudes: confía en el instinto."

martes, febrero 15, 2005

Ya olvídate de eso, nunca vas a volver.

jueves, febrero 10, 2005

Sabes que a pesar de las veces en que he estado loco de alcohol no lo he necesitado para confesarte el fervor y calentura que te profeso, pero que a su vez éste mismo me ha permitido decir verdades de las que siempre dudas, y que al paso del tiempo te has dado cuenta de que son tangibles, tanto como las tantas y tantas mentiras que me has dicho y en las que en un principio he creído, pero que al paso de los días tú te has dedicado lastimosamente a la tarea de desmentir por lo mala actriz que has resultado y por lo que de otros que, en un principio me he negado a creer, pese a las evidencias, han sido la muestra fehaciente de que siempre he sido tu marioneta a la que has tratado a vil capricho y gusto, muy a pesar de mis caras de tristeza y enfado en las que no crees ni te interesan, pero que para mí son síntomas del dolor que por ti he logrado convertir en costumbre que todos los días me persigue, tanto como la culpa de la no lograda confesión que quise hacerte al hablar del día en que estuviste entregada a mí, completamente entregada, y yo sólo pude inventar una vil mentira de la que luego me arrepentí, y que tú deplorablemente desdeñaste, pero que, si te hubieras enterado, sabrías que mucho de lo que aquí dejo huella es ficción (no como tú), y que contigo he culminado mi vida errante (de la que veo por tus actitudes habré de retomar en un futuro no muy lejano) para dar paso a la incertidumbre y zozobra llena de besos y caricias, que hoy habré de olvidar porque, como lo anticipaste, esto está condenando al fracaso.

sábado, enero 29, 2005

Anoche llegué reventando en grados de licor y sin más me arrojé como un perro en mi alcoba.
Lloré y no sé por qué estoy triste.

jueves, enero 20, 2005

Te besé anoche con la boca llena de alcohol aguardientoso para que supieras que no te arderían los labios y el paladar de la misma forma en que se te incendió al mentir y decir que no lees ni por error estas líneas que aquí dejo, y que tal vez en su mayoría sean falsas, pero que no se comparan en nada con las tantas y tantas que ya me habrás dicho, pensando que, sí, soy tu burla, tu carcajada.

miércoles, enero 19, 2005

El que ríe al último...
es un pobre rencoroso.

domingo, enero 16, 2005

Toda mi casi inextinguible verborrea que poseo y que me ha valido no sólo los cumplidos de desquiciado mental sino también los comentarios de mujeres hermosas muy bien halagadas (como el jueves pasado en que, mientras charlaba acaloradamente con editor en un café ubicado en pleno corazón de Coyoacán, puse a rodar toda mi maquinaria y me armé de valor para acercarme a Cecilia Suárez y decirle hola, soy Nicoménicus y he visto todas tus películas, a lo que ella sonrió y musitó sensualmente un mucho gusto, yo he leído varias veces tu página y creo que eres un tipo encantador —o por lo menos creo yo fue lo que pensó al mirarme en silencio—, y que tras escucharme un par de minutos me dio un teléfono al que sugirió le llamara) desapareció por completo al verte el día de ayer, pues lo único que se me ocurrió balcucear, en medio de bien logrados titubeos y tartamudeos, es que mi madre, a quien conociste hace casi medio año, no ha dejado de preguntarme por ti e inquirir en cuándo irás a casa para conocerte un poco más, porque, hijo, entiende que ella es una chica que además de bella vale la pena, ya que te alejaría de esa vida tan irregular, desordenada y errante que llevas, la cual, supongo, ignoras, puesto que son ya varios los años en que apenas si te he visto y hemos cruzado un par de palabras, y es que, si te soy sincero, mi estulticia y torpeza se vuelven lúcidas y dan lo mejor de sí, coadyuvando a comportarme como verdadero imbécil, y que seguramente es lo que sigues pensando de mí, a la vez que yo me doy cuenta de que nada ha cambiado entre nosotros, pues sigo siendo el mismo imberbe al que le tiemblan las rodillas al mirarte los ojos, i . . a.

sábado, enero 15, 2005

Reply:

Cría cuerdos
y te sacarán
vaciarán
picarán
robarán
violarán
escupirán
secarán
domesticarán los ojos

lunes, enero 03, 2005

Cría cuervos...
...y, sí, te sacarán los ojos.

domingo, enero 02, 2005

Ya conociste al indio bueno, ora vas a conocer al indio malo, fue la misma frase que aquel personaje hollywoodense galardonado con un Oso de Berlín le profiriera a la protagonista blanca cuando ésta le echó en cara su último comportamiento hacia ella, y que con una espumosa rabia mascullé entre dientes, sólo para mí, al escucharte decir que tú y yo nada hicimos la noche del cambio de un año a otro, porque esa tarde apenas si fueron un par de minutos los que nuestras miradas utilizaron para saludarse y enviarse acaso un inesperado, extraño e inexplicable guiño con tintes de flirteo, que, aseguras, confundí gracias a mi bien logrado estado de ebriedad y alcohol barato, y que quizá éste se debió a una ebriedad malsana, loca y desenfrenada hacia ti, ya que los únicos turbados etílicamente fueron un par de púberes, a quienes les doblábamos la edad, que ingerían nuestras sendas copas mientras tú y yo hacíamos lo propio y lo previo para conocernos de forma bíblica, porque, acuérdate, que bailamos y nos comportamos como si fuera el último día de nuestras vidas, pese a que hubiera un mañana —que hoy ya es ayer— en el que —¿para qué negarlo si medio mundo se enteró?— despertamos casi a mediodía, el uno sobre la otra, más o menos así, y tú, ya más tarde, confesaste tu sorpresa y admiración ante tus amigas y conocidas sobre lo que había ocurrido, arguyendo que todo había sido producto de la confusión y "la ebriedad" que me había hecho alucinar e inventar una historia que empezó, luego de varios tragos de aguardiente y tequila, y continuó, cuando comenzaba el año nuevo, justo en el momento que me tomaste eufórica para besarme y decirme, susurrando, que no me aprovechara de ti, mientras yo, mudo y preso de lujuria, seguía como siempre sólo tus proposiciones de facto y no las verbales: no podrás negar que contigo he sido únicamente dócil y un verdadero asno... pero ya no: guárdate de mi desprecio.