La conocí en La Central, por la calzada siguiendo sus pasos me perdí; en San Juan de Dios la volvía encontrar y en el mercado me la ligué: la tome de la cintura y le dije dulcemente "dame un besito, no seas ranchera": le compré un par de huaraches, un collar de tejocotes, le invité unos pepinos; en la Plaza Tapatía nos persiguió un policía, y en el Hospicio Cabañas le dimos rienda suelta a nuetro vicio; nos subimos al Parvial, vistamos la Catedral; paseamos por todo el centro: caminamos por la Juárez, por el cine Variedades; en la Alemana nos tomamos unos tequilas y entonces se le abrió el apetito: la llevé a los antojitos (le brillaban los ojitos) se comió cuatro tostadas, ocho sopes, un pozole, tres tamales con atole y diez estrellitas heladas, y ahí me dijo "tengo antojo de una jericaya".
En Guadalajara fue donde me enamoré.