martes, diciembre 21, 2004

Fulgor de mostaza.

domingo, noviembre 28, 2004

Jamás nadie verá un dolor como el suyo, ni angustia parecida ni tanta soledad...

martes, noviembre 23, 2004

Deberé pedirte te persuadas de pensar que más allá de haberme perdido en ti estos últimos días, y dicho sea entre nosotros con verdadera y franca sinceridad, por flaquear en los deliquios de las delicias del amor, es más bien porque como la mujer que eres, en toda la extensión de la palabra, sin pasar por alto, claro, tus labios y carnes que torpemente, y mal, he conocido, he encontrado en ti a alguien que con salvaje concupiscencia interesa a mi corazón, y que en cada una de tus palabras, con las que, ya ves, he querido aprender a conjugar el futuro perfecto, y cada una de tus maneras, iras y carcajadas, no hallo más que motivos para desearte, olvidarme de mis sueños y entregarme a delirar e imaginar que despertaras al lado mío para morderme una oreja o regañarme por lo bruto que soy, he sido y me he comportado por el apetito inmoderado de cogerte de la mano, y el cuello, salir huyendo y escucharte, quizá y es mi deseo, decir que quieres y anhelas tomarme del pelo y estrecharme con voracidad, o, por lo menos, que ya has aprendido a amarme, si no con locura, sí con una mesura que me es extraña y ajena, porque sabes lo mucho que te estoy necesitando.

lunes, noviembre 08, 2004

De furia loca fue la sorpresa que desorbitó a tus ojos tras enterarte que después de todo sí habías aparecido en un publicación para caballeros: no con un texto de los que tanto presumes y que además te han valido el respeto de un puñado de escritores que acostumbran aplaudir como foca tu trabajo intelectual: eras simple y llanamente tal y como no te imaginaste: tú y sólo tú que además de dedicarte a los pilates acostumbras alcoholizarte sin medida: vodka tras vodka: borrachera tras desmemoria idéntica a la que te invadió esa noche en que un tipo sacó su tarjeta de presentación en cuya esquina izquierda había una cabeza de conejo y que tras una breve charla te invitó a lo que ahora ya sabes y yo debo sin remedio aceptar: tu aparición y la de mi rabia que vuelve cada vez que recuerdo esto y que me hace tirar de mis cabellos al pensar en que miles de mequetrefes sin nada mejor que hacer te encontrarán entre modelos canadienses y entrevistas a celebridades que pasan desapercibidas por mis amistades quienes al consultar tal publicación suelen sólo telefonearme para preguntarme con franca desconfianza pero en espera de una morbosa afirmación si en verdad eres tú la que aparece ahí: sí es mi respuesta y niego saber cómo es que te lograste colar a tal mundillo de imágenes e impresiones a sabiendas de que debieras estar más bien en uno de esos comics gringos de personajes decadentes en los que yo sería tu patiño y atolondrado enamorado y tú a la vez una mujer delineada por los ojos de un lujurioso que conoce a profundidad tus pliegues y que con un degenerado talento sabría dibujarte en una estampa que ni yo mismo podría describir: tú hablando y escupiendo injurias y calumnias como frenética y desquiciada entre lágrimas y balbuceos sobre lo mal que te tratamos la vida y yo en especial: cuando acudes a esta recurrente escena y yo no hallo otra cosa que el monótono mutis que suelo representar por mi parte mientras pienso en cosas importantes como escribir una novela que espero sea un hitazo y que comience de forma memorable: en un lugar de Naucalpan de cuyo nombre no puedo acordarme ni mucho menos saber qué sería lo siguiente: tienes siempre la osadía de interrumpirme mis libérrimas y originales interesantes ideas para besarme y repetir ensalivadamente frases que arrojo ipso facto entre el olvido y el no me acuerdo porque lo que enseguida hago es acariciarte lúbricamente y decirte que sí tienes toda la razón en lo que sea y más en la canallada que te jugaron al incluirte en esa publicación que muy a pesar de la incredulidad de quienes la han visto te muestra y compara frente a mujeres llenas de bolas tal y como te he querido ver: callada.

viernes, noviembre 05, 2004

...
"No sé cuándo nos volveremos a ver. Hoy te dejó aquí, lejos de todo y de todas, no porque así lo hayas decidido, sino porque las circunstancias despiadadas te obligaron a ello. Quise estar a tu lado para avivar una pequeña flama de esperanza, para encenderla diciendo que este amor es más grande que esta brutal prueba que nos han impueso. El otro día mientras cenábamos fuiste muy claro. Puros cojines buenos de mi lado, de lo que tú has significado en mi vida, de lo que me has traído. De tu lado, sólo cojines malos. Lo sé, por eso no puedo perdonarme mi egoísmo, mis deseos de salvarme sin saber que te estaba condenando... por eso no te culpo de tu indiferencia, de tu desamor, de tus gritos, de tu rencor y resentimiento. Soy capaz de incarme, de arrodillarme, de firmar mi carta de rendición para que no te toquen. Tal vez llegó el momento de tocar una puerta. O tal vez ya es demasiado tarde. Sé que a partir de ahora se irán las noches y casi no dormiremos, que los segundos serán muy lentos, que seguramente querré prender fuego a nuestra cama ante el dolor de tu ausencia, porque me estaré secando por dentro y por fuera, porque no tendré tus besos ni tus caricias ni tu mirada."

sábado, octubre 09, 2004

He de atreverme a arrojarte sin miramientos mi arenga reiterativa sobre la desmesura con la que te he buscado y te busco, porque son ya incontables las ocasiones en que, teniéndote a mi lado, me he contenido para acercarme, tomarte de la cintura y morderte nuevamente, y quizá ya hasta sangrarte, esos labios cuyo insultantemente dulce sabor es también agrio las veces en que dices no, no y no, sin saber, por supuesto, que en cada negación se apodera de mí un frío aterrador que provoca que la sangre refluya de mi corazón, como hace apenas unos días, en los que, mientras te miraba, setenta veces me reprendí y prohibí el buscar tus brazos, porque lo más juicioso es olvidar esas tardes húmedas en que hacíamos "cochinadas", aseguraste, y en las que yo, preso y enfermo todavía de esas suciedades, al llegar a mi alcoba, caía de rodillas completamente loco, entregado a mis pensamientos que giraban sólo en torno tuyo tratando acaso de olvidar que no sólo eres una mujer hermosa y blanca, sino también lo que en mi vida está faltando, pese a que afirmes que de eso ya nada existe, ya que ignoras y desconoces las noches en que temblando de tristeza me he dormido o amanecido con la única idea de que cada vez estás más lejos de mí y yo de recobrar la sensatez y cordura.

jueves, septiembre 16, 2004

Recitar!
Mentre preso del delirio non so più quel che dice e quel che faccio! Eppur... e d'uopo... sforzati! Bah, se' tu forse un uom! Ah, ah, ah. Tu se' Pagliaccio!
Vesti la giubba e la faccia infarina. La gente paga e rider vuole qua, e se Arlecchin t'invola Colombina, ridi, Pagliaccio, e ognun applaudirà! Tramuta in lazzi lo spasmo ed il pianto; in una smorfia il singhiozzo e il dolore...
Ridi, Pagliaccio, sul taro amore infranto! Ridi del duol che t'avvelena il cor!

sábado, septiembre 11, 2004

viernes, septiembre 10, 2004

Esta ciudad nos duele como una espina en la garganta.

sábado, septiembre 04, 2004

Llamaste temprano, antes de media semana, para saber por mí y el porqué de mi ausencia nocturna del día anterior, y, sin decir palabra mediante, llamaste nuevamente, minutos más tarde, pero esta vez a la puerta de mi casa, ya no para acompañarme como una semana atrás a tomar café a El Jarocho y charlar sobre el tiempo perdido, así como de una inquietante preocupación que, nacida de no sé dónde, tienes ya por mí, sino para, de entrada, abofetear mi inextinguible concupiscencia que insinué y traté de incitar al recibirte ataviado con una toalla que me hiciste cambiar rápidamente por ropa más bien aburrida, porque, lo que en seguida se te ocurrió, sin mirarme a los ojos un sólo momento desde que hubiste entrado hasta que salí de mí alcoba, fue lavar una pirámide de trastos olvidados mientras alegabas de forma dulce pero enérgica, que por "nuestro bien" debía yo ausentarme tanto de los brindis de principio como de fin de semana, ya que el sendero de la vida nada valioso me había dejado los últimos años, como tampoco el fuego indomable de mi violenta pasión que muestro en mis afectos (sic), y que por mí debía yo procurar dominarme, sin olvidarme, continuaste, que mi talento (lo que fuera a lo que te referías), mis relaciones y mi instrucción me tenían reservados muchos goces, ello porque deplorabas el aislamiento y el alcoholismo al que me he confinado, así como, recientemente, por la fatal inclinación que me arrastra a una mujer que lo único que puede hacer por mí es compadecerme, sin darme cuenta que, y no supe si era una declaración formal de amor, hay personas que preocupo y lastimo, tal como aseguraste ocurría en ese mismo instante en el que me había evadido de tu monólogo diatriba para sumergirme en las páginas de mi querido libro Die Legende vom heiligen Trinken, porque ya entonces te encontrabas frente a mí tomándome de las manos, y con tus rasgados ojos a punto de llorar, me orillaste a prometerte que cambiaría las conversaciones etílicas y los abruptos y espontáneos amores, por las charlas domésticas y la consumación de algo que preferiste ya no mencionar, porque entonces hubo sólo y finalmente una caricia y una despedida a la que han seguido esas puntuales llamadas de cinco minutos todos los días, antes de partir al trabajo, y en las que me reiteras debo cumplir cabalmente la soporífera promesa que, dicho sea entre nosotros y que a ningún lector entrometido le deba importar, soporto sólo a través de tus risas telefónicas.

miércoles, septiembre 01, 2004

no faltará la historia que te he relatado mientras movía las manos creyéndome otro;

sábado, agosto 28, 2004

Debo confesarte que la sola idea de que no podré verte tantos días, y no hablemos ya por favor del tiempo en que tendré que esconder las insultantes y torpes maneras que tengo para dirigirme a ti, me llena de una callada tristeza que jamás imaginé volver a sentir y que sentí el día que como bruto e imbécil te despeiné y casi desvestí sobre Canal de Churubusco mientras tú no acertabas a correr o quedarte y hacer otro tanto sobre mí, porque muy a pesar de las tiernas caricias que busco y trato de evitar al mismo tiempo, cada una de tus ya desgastadas negativas me han dolido como una coz en la quijada, pese a que repitas e insistas que es algo que ya has dicho una cantidad exagerada de veces, y que, por mis inocentes y salvajes actitudes, prefieras permanecer en silencio los momentos en los que no hago más que contemplarte y pensar que, efectivamente, lo único que deseo es estar junto a ti, porque, entérate una y otra vez, eres, de forma extraña e inusitada, todas las mujeres que he querido tener, y yo quizá, sin pretensión alguna y de igual manera, todos los hombres que te han querido y deseado, y que de esto tendrías que haberte dado cuenta no sólo desde la vez en que te descuidaste y te tomé por sorpresa, sino también porque y sin que haya sido tu intención has ocupado todos mis días y noches, desde no sé cuando, con un fervor y una desmesura que desconoce límite alguno, y que aunque lo más seguro es que en estos momentos estés pensando en problemas que afecten probablemente más tu vida, yo me empeño además en olvidar que no he sabido estar a la altura de tus exigencias.

miércoles, agosto 11, 2004

Es la mujer que pasó sin verte, la que no te recuerda,
esa que constantemente disfrazas, pero a quien siempre le escribes tus versos.

martes, julio 13, 2004

Recibí al fin, con aburrimiento y alegría, debo confesar, una epístola tuya firmada desde un conocido barrio de París, en la que señalas puntualmente cada una de tus venturas y tropezones que te han ocurrido no sólo desde el día en que, sollozando y en espera de una nueva vida, llegaste a tan admirada ciudad, sino también desde la vez última en que nos vimos, y en la que, para variar, afirmaste tajantemente, tuve que hacer uno más de mis tantos y tantos ridículos de embriaguez y estulticia, y cuya imagen te perseguía al día siguiente: cuando te asaltaron en el auto de alquiler, y más tarde en el aeropuerto donde tu equipaje se confundió con el de un indonés y fue a parar, junto al de otros viajeros, a una ciudad lejana y remota de Europa (sic), aseguraste en una carta impregnada no sé si de lágrimas o de algún perfume exótico de los que, refieres, te hacen recordar los jardines de la casa de tu madre.

Con una caligrafía impecable amparada bajo una uncial tan intimista, confesaste que a pesar del maltrato que te propiné, producto, insististe, de que acaso sólo suelo pensar con el falo, y que por ello mismo inventé la estúpida y absurda excusa de no poder besarte porque tus jugos me producen terribles dolores gástricos, atribuidos, desde mi mesurada y rasurada óptica, a que probablemente el pH de tu boca es en demasía ácido para mi estómago; pero no para mis axilas y costillas y el resto de mi cuerpo que goza más con un contacto furtivo, que con los públicos cariños y caricias, que a toda costa, me acusaste, quise cambiar por púbicos cariños y caricias, puesto que lo único que a mí interesa, subrayaste, es una desequilibrada lujuria, que en las mujeres se llama ninfomanía, pero que con nosotros los varones no tiene nombre alguno.

Deberé disculparme si no hago alguna mención extendida y detallada de lo que pienso sobre el repulsivo individuo con el que, me cuentas, has estado saliendo durante las últimas semanas, pero debo asimismo recordarte que pedí guardaras silencio sobre tu vida sentimental, porque ésta me duele aún tanto como tu ausencia.

miércoles, marzo 24, 2004

Hoy es 24 de marzo.
Send me an e-jail.

jueves, enero 22, 2004

Hube de enterarme que tras aburrirte en aquella mugrosa y maloliente playa en la que te paseabas, tuviste unas aterrradoras ganas de verme para babearme de manera insultante y sucia (aunque habrás de saber que además de que tu sucia lengua me repugna por sus bien logradas ignominias, la extraño también en grado superlativo por su viscosa amargura), pero que luego de varias llamadas que dejaste en la contestadora, en las que hablabas de forma pegajosa y te quejabas con un ah, eh, ah, ah, dando la impresión de que te habías golpeado, decidiste meterte en un cyberplayero café, escribirme lo mucho que me extrañabas y navegar en la red en busca de todo lo que de mí hubiera, porque afirmaste, con un dejo de amor falso que aún funciona en mí haciéndome creer que eres la mujer que me convertirá en un héroe del sentimiento barato, que me necesitabas irremediablemente de manera desmedida y exasperada.

No lo hubieras hecho.

La rabia te deformó el rostro, me confesaste, porque tu ojo errante en una página electrónica te dio cuenta, según tú, de mi unilateral, maquillada e hipócrita relación epistolar, exhibiendo tus tantos y tantos insultos y mostrándote como una mujer llena de soberbia, altanería y arrogancia, lo cual negaste rotúndamente con una mirada turbia que en ese momento me hizo sentir el ser más misarable del planeta. Eres tan cobarde que no te atreviste siquiera a firmar con tu nombre todas tus bajezas electroepistolares, continuaste, a la vez que me pediste reescribiera nuestro "impoluto y hermoso" idilio, y destruyera todas mis parrafadas que tan atinadamente, y con una desconocida lucidez, llamaste Miss O' Hinnia Letter's, o por lo menos eso entendí, cuando, acostumbrado a escuchar el murmullo de tus gritos mientras doy rienda suelta a mi imaginación, pensé entretanto que lo que en verdad debía reescribir era aquel episodio intenso y dramático, que más tarde, le confesé a mi otrora enamorada, titularía Crónica de la conquista de la Nueva Extraña, texto en el que de manera puntual y precisa hablaría de la relación que sostuve con esta conocida exbailarina letrada.

¡Mario!, ¡Mario!, ¿me estás oyendo, imbécil?, me preguntaste en el momento exacto en el que pensaba cómo podía convertir mis magros intentos lúbricos, con aquella letrada, en escenas picantes y divertidas; mientras tú continuabas tu monólogo y rompías en llanto exigiéndome de manera inmediata hiciera público mi nombre y diera por terminadas mis confesiones electrónicas, y otras tantas cosas que apenas si pude entender, porque me perdí pensando que probablemente podría decir que me llamo Pedro o Juan, pero que de ninguna manera dejaría de malredactar este diario, que tantas lágrimas me ha costado y que tanto alivia a mi corazón oprimido.

Bien poco me interesa cuántas veces te encuentres en hypertextos, o lo que cualquier lector metiche en nuestra relación piense de mi identidad.

viernes, enero 02, 2004

Caminaste y corriste por los recodos más recónditos de esta laberíntica ciudad para, ya más tarde me enteraría, darme una noticia triste; hasta que, en la cantina de la que soy fiel parroquiano y en la que por vez primera devolviste sobre mí jugos gástricos y etílicos que tu estómago no quería, me encontraste al lado de tu hermana, la que siempre se quejaba de mí, bebiendo del mismo trago y felicitándonos con demasiada efusividad por estas fiestas de fin de año, lo primero porque el dinero se nos había terminado y lo segundo debido a que había sido una casualidad que ella y yo nos encontráramos ahí, algo que parece no comprendiste porque apenas si podíamos balbucear y estructurar frases coherentes, pese a que aún fueran las seis de la tarde. Pediste entonces, sin más, que necesariamente nos moviéramos a mi casa, el único lugar en el que podíamos arreglarnos los tres, argüiste, y en donde tomaste un par de minutos para encerrarte con tu hermana y sabotear su mareo a través de un poderoso chorro de agua, mientras yo debía meditar, según tú, sobre mis irresponsables actos de embriaguez, lo cual no logré hacer, ya que mi imaginación comenzó a tramar una escena escandalosa y perteneciente al terreno de mis fantasías furtivas, en la que yo accedía a enjabonarle el cuello a tu hermana y los tres lavábamos nuestras culpas y dejábamos escapar por la coladera toda nuestra agotada lujuria. Aunque no hubo nada de lujuria y sí mucho de culpas, pues luego de que saliste arrastrando a una borracha que rechinaba de limpia, la sentaste a mi lado y comenzaste un sermón cuyo final ignoro porque lo siguiente que recuerdo es que desperté al lado de una carta en la que explicabas que tu tristeza era doble no sólo porque precisamente hoy partes a París, a hacer tus estudios en la Universidad de Soborna, sino también por el amargo recuerdo que te llevas de mí.