martes, julio 13, 2004

Recibí al fin, con aburrimiento y alegría, debo confesar, una epístola tuya firmada desde un conocido barrio de París, en la que señalas puntualmente cada una de tus venturas y tropezones que te han ocurrido no sólo desde el día en que, sollozando y en espera de una nueva vida, llegaste a tan admirada ciudad, sino también desde la vez última en que nos vimos, y en la que, para variar, afirmaste tajantemente, tuve que hacer uno más de mis tantos y tantos ridículos de embriaguez y estulticia, y cuya imagen te perseguía al día siguiente: cuando te asaltaron en el auto de alquiler, y más tarde en el aeropuerto donde tu equipaje se confundió con el de un indonés y fue a parar, junto al de otros viajeros, a una ciudad lejana y remota de Europa (sic), aseguraste en una carta impregnada no sé si de lágrimas o de algún perfume exótico de los que, refieres, te hacen recordar los jardines de la casa de tu madre.

Con una caligrafía impecable amparada bajo una uncial tan intimista, confesaste que a pesar del maltrato que te propiné, producto, insististe, de que acaso sólo suelo pensar con el falo, y que por ello mismo inventé la estúpida y absurda excusa de no poder besarte porque tus jugos me producen terribles dolores gástricos, atribuidos, desde mi mesurada y rasurada óptica, a que probablemente el pH de tu boca es en demasía ácido para mi estómago; pero no para mis axilas y costillas y el resto de mi cuerpo que goza más con un contacto furtivo, que con los públicos cariños y caricias, que a toda costa, me acusaste, quise cambiar por púbicos cariños y caricias, puesto que lo único que a mí interesa, subrayaste, es una desequilibrada lujuria, que en las mujeres se llama ninfomanía, pero que con nosotros los varones no tiene nombre alguno.

Deberé disculparme si no hago alguna mención extendida y detallada de lo que pienso sobre el repulsivo individuo con el que, me cuentas, has estado saliendo durante las últimas semanas, pero debo asimismo recordarte que pedí guardaras silencio sobre tu vida sentimental, porque ésta me duele aún tanto como tu ausencia.