jueves, mayo 11, 2006

Debiste saber lo que hacías al confesar que tus vecinos habían roto la tranquilidad de la madrugada con gritos que, según tú, no se comparaban a los tuyos, tan estridentes, que hacían cimbrar edificios (sic), pero que esa tarde, en la que apenas fueron nombrados, lograron perturbarme con verdadera vehemencia, ya que tras esta afirmación siguieron imágenes insinuantes y sucias (como esa en la que recordabas tus salidas a la calle, con apenas un abrigo y el perfume que usabas, para cruzar la calle y ver a una amiga) que tuvieron como fin la frase misma que tú esa madrugada de los gritos pronunciaste en silencio y para ti, y luego frente a mí con una sonrisa malsana, pero que durante esa charla quedó en mi boca, y que si intento repetir ahora es porque luego de todas las insinuaciones es acaso el título de nuestro encuentro que comenzó aquel ya lejano día en que te llevé a mi departamento y yo, desesperado y nervioso, apenas si pude pegar los ojos pensando que estabas justo en mi cama, al lado mío, y tú, creo, abstraída en todo lo que yo, en ese momento, desconocía de ti, pero que, días más tarde, luego de tu reclamo por mis desapariciones, comprendí esa misma tarde en que yo gastaba la tarde en una desordenada y picante charla que, supongo, no deseabas tú tampoco que terminará, pero que simplemente se apagó cuando te abracé y olí tu pelo, horas más tarde en tu cama, al momento que busqué tu mano, y tú me dijiste que ésta no estaba, porque se había perdido entre las sabanas, como igual me encontré yo perdido no sólo en la natural voluptuosidad de tus pasos y tus labios, apenas pintados, y esos hombros y muslos que involuntariamente presumiste en tu cocina, en tu sala y en tu recamara, sino también en esa historia tuya que se me fue revelando día a día, tan llena de pasión, que, pese a que te niegues creerlo, me hizo desear vivir contigo en éxtasis, porque, sí, entérate que todo este tiempo, como te comentaba al principio que tú me decías, me he quedado con toda esta energía pegada aguardando el momento en que vuelva a buscarte a ti y a tu mano perdida.