viernes, mayo 12, 2006

cabellos

Me viste fijamente, con una gran insistencia, a los ojos, mientras nos ocultábamos en el silencio y yo, supongo que tú también, me nublaba de recuerdos, todavía de hace unos meses, que inicibaan en violentos y cínicos flirteos que finalizaron ya cuando te acariciñe las piernas, detrás de los biombos de un museo, y, al día siguiente, con un labio sangrado de una mordida que me diste luego de que, tras el almuerzo, te arrinconé a las afueras del hotel en que estábamos y te besé como si fueras la última mujer en mi vida, para que después corrieras con un hilo rojo que te escurría de la boca y que no supiste limpiar, porque tus amigas y compañeras te preguntaban con insistencia lo que te había ocurrido y tú sólo atinabas a reírte nerviosamente y evadir el tema, hasta ya más tarde cuando todos notaron lo nerviosos que estábamos, tú y yo, al encontrarnos en aquella cena a la que asistí por razones que yo mismo desconozco pero que tengo en mi memoria con nítida precisión (esa noche bebí apenas una copa) porque nos escurrimos lejos de comensales y nos abandonamos en la pasión hasta que dieron las cinco de la madrugada y tú alegaste que debías regresar a tu cuarto, hacer tu maleta y voler a esta ciudad, nuestra ciudad, lo antes posible para encontrarte con tu familia querida y, creo, con el hombre que aquella tarde te tomaba de la mano mientras nos mirábamos en silencio y pensaba entre tanto el día en que volveríamos a vernos, lejos de la mano de alguien.