miércoles, febrero 22, 2006

condición

aquí sólo hay































tristeza.

lunes, febrero 06, 2006

¿cómo olvidar?

El cielo se ha adentrado en una de sus tantas tonalidades grises. Sin saberlo, es ya el compañero ideal para visualizar un horizonte imposible, aunque tampoco intuya que el fuego real desanida el cuerpo por dentro. ¿Cómo olvidar?, es la súplica de la epidermis. ¿Cómo hacerlo sin dejar de ser justo y el palmo de piel menos visible quede fuera de una eclosión siniestra? El tema no es el vigor de los hombres íntegros o la falsa ilusión de una antigüedad reciente o borrar la cinta de la memoria como se lo haría con la palabra escrita a lápiz. El conflicto, mayor y solitario, es saberse desprendido del palmo de piel y seguir siendo hombre: desajustar la cuerda que sostiene el pasado como hilo perenne, como enlace sublime con lo que alguna vez fue bello. ¿Cómo olvidar?, pregunto de nuevo y el halo de la respuesta me cercena como si de cortar gargantas se tratara, como si el tiempo detenido se remitiera sólo a la lágrima en el pómulo, fría, indecisa, estancada eternamente. Gota, agua, río eterno. ¡Por dios, pongo mi cabeza en la tabla para que el cauce fluya! ¿Cómo olvidar, carajo?, si entre la bruma perpetua estarán las efigies e instantes que construyeron el esbozo de las miradas, la complicidad magnífica de lo sabido, el silencio pobre y obtuso que llama a los mortales a su inevitable lecho. La perversión domina de nuevo los cuerpos débiles y oculta el sufrimiento. Y sigue ahí, en un lugar intacto llamado huella. ¡Malaya sea el tiempo! ¡Va mi espada en prenda por una pedestre cicatriz! Pero la sangre fluye por fuera, crea formas perniciosas en las monturas y lanza su ingenuidad hacia fuera para reafirmar su presencia. Raudo carmesí. ¿Cómo es el dolor si el pasado lo muestra opaco, como si por una genialidad cruel hubiera saltado los años? Ahora la conmoción es otra, más rabiosa, más entera, acaso también, quiero creerlo, más noble, de esa nobleza que sin embargo no eclipsa el puñal que cortará las venas. ¿Cómo olvidar? Házmelo saber, señor, y empeñaré mi palabra, pondré mis sílabas al amparo y voluntad del juez perfecto. Soy, lo sé, un bombero que no puede, no sabe, apagar el fuego. Por favor, quiero saber cómo olvidar y prometo ser hombre muerto.

Tomado de Del Valle notes

viernes, febrero 03, 2006

Son ya incontables las noches que he pasado bebiendo cerveza y mirando hasta casi el amancer [Adult Swin], sin más que traer como carrusel esa última noche, en la que, sin que lo planeáramos, llegué hasta tu departamento y me recosté, al lado tuyo, con el recuerdo de Cortázar en medio, mientras me contabas que el tipo que te persigue con insistencia y torpeza había imaginado que esa tarde mi presencia obedecía a que tan sólo te acompañaría a la puerta de tu casa y tal vez a charlar con vehemencia sobre dos o tres tonterías que, según refieres, a razón de él, me dedico sólo a hablar como enajenado sin poner atención en que debiera, más bien, entregarme en cuerpo y alma al flirteo que, dicho sea entre nosotros, sabes que no se me da, aunque asegures que es lo único que he hecho desde el momento en que toqué por vez primera a tu puerta y tú no hiciste otra cosa que hablar sin reparo y respiro de ti y de lo difícil y enredada que es tu vida, advirtiendo que desistiera del poco creíble e inesperado fervor que te confesé aquella tarde en la cocina al momento que rompías unos vasos alegando que yo te había puesto nerviosa, porque la sola idea de estar juntos te nublaba el juicio y el sentir ya que días después, durante esa fiesta de adolescentes, buscaste la indiferencia entre nosotros sin que la respetaras tanto, minutos más tarde, cuando anuncié a una amiga tuya que huiría a dormir y tú hiciste del escándalo tu reflector porque tiraste vasos y botellas y aventaste gente, para abrirte paso, hasta alcanzarme y tomarme de la mano para pedir, casi susurrando pero extremadamente audible, que tenía que volverte a buscar al día siguiente y continuar con las charlas en las que no hacíamos más que entregarnos al borde de la saciedad al culto a tu persona que fue nuestro pan de cada día y que terminó casualmente esa última noche en que, por razones que no tiene caso mencionar, de mi parte sólo existió el silencio hasta que muy temprano, casi al amanecer, abandoné tu casa y tus palabras.