viernes, febrero 03, 2006

Son ya incontables las noches que he pasado bebiendo cerveza y mirando hasta casi el amancer [Adult Swin], sin más que traer como carrusel esa última noche, en la que, sin que lo planeáramos, llegué hasta tu departamento y me recosté, al lado tuyo, con el recuerdo de Cortázar en medio, mientras me contabas que el tipo que te persigue con insistencia y torpeza había imaginado que esa tarde mi presencia obedecía a que tan sólo te acompañaría a la puerta de tu casa y tal vez a charlar con vehemencia sobre dos o tres tonterías que, según refieres, a razón de él, me dedico sólo a hablar como enajenado sin poner atención en que debiera, más bien, entregarme en cuerpo y alma al flirteo que, dicho sea entre nosotros, sabes que no se me da, aunque asegures que es lo único que he hecho desde el momento en que toqué por vez primera a tu puerta y tú no hiciste otra cosa que hablar sin reparo y respiro de ti y de lo difícil y enredada que es tu vida, advirtiendo que desistiera del poco creíble e inesperado fervor que te confesé aquella tarde en la cocina al momento que rompías unos vasos alegando que yo te había puesto nerviosa, porque la sola idea de estar juntos te nublaba el juicio y el sentir ya que días después, durante esa fiesta de adolescentes, buscaste la indiferencia entre nosotros sin que la respetaras tanto, minutos más tarde, cuando anuncié a una amiga tuya que huiría a dormir y tú hiciste del escándalo tu reflector porque tiraste vasos y botellas y aventaste gente, para abrirte paso, hasta alcanzarme y tomarme de la mano para pedir, casi susurrando pero extremadamente audible, que tenía que volverte a buscar al día siguiente y continuar con las charlas en las que no hacíamos más que entregarnos al borde de la saciedad al culto a tu persona que fue nuestro pan de cada día y que terminó casualmente esa última noche en que, por razones que no tiene caso mencionar, de mi parte sólo existió el silencio hasta que muy temprano, casi al amanecer, abandoné tu casa y tus palabras.