viernes, octubre 17, 2003

Días atrás recibí un correo electrónico que venía firmado por la fémina que me golpeó las vísceras y los sentimientos con tubo y roca, provocándome cierto aturdimiento, mareo y hemorragia, que me duraron varios meses, años para ser exactos, y de los que no me podía reponer porque, hay que ser sinceros: a) no quería; b) me perseguía su sombra, y, c) dicho sea entre nosotros, porque ella era toda una mujer en el sentido lato de la palabra. Un día, sin más, se acabó lo suyo y lo mío y guardé las fotografías mentales y frases célebres de aquella relación en un archivo muerto, al lado de varios libros de poesía joven y otras tantas cosas que me aburren, y lo arrojé en el camión de desperdicios y basura, porque, francamente, ya no hacían falta. En fin, que en el mensaje electrónico, entre otras frases, había una de reclamo, porque en varios meses yo no me hubiera tomado la molestia de escribir unas líneas para avisar por lo menos que seguía vivo. Debo admitir que de entrada la petición se me antojó igual a la que me habías escrito también hacía un par de semanas y en donde alimentabas mi botijón ego al decir que me rockestareaba por no enviar o contestar mensajillos de ocasión.

Extraordinario.

Tú fuiste también una mujer que con tubo y caguama me golpeaste, aturdiste y dejaste fuera de mí. Desde aquel momento en que me tomaste de la mano para cruzar la calle, mientras llevabas mi brazo completo a tu hombro y tu otra mano se escurría entre mi cintura y me pedías que al llegar a la cantina en la que nos amanecimos te acompañara al baño porque no querías estar sola, y pese a que lo niegues, también porque te diste cuenta que mis brazos estaban hechos a la medida de tu cuerpo, tanto que pasamos horas y horas bailando pegaditos, desde ese momento tu boca y sonrisa que minutos atrás me habían insultado y que minutos después yo probaría preso de amor y lujuria, me sedujeron, y sin saber por qué sucumbí ante tus ojos que se cerraban y tú, llena de frío, miedo y cansancio, sólo alcanzabas a decir abrázame.

Pero no, los mensajes en nada eran iguales, ya que tú respondías al llamado que yo te había hecho y no al sobresalto de la inquieta curiosidad y la imprescindible nostalgia, aunque invariablemente llevará el mismo reclamo. Son tú y ella dos mujeres iguales, por el cariño, la entrega y la límpida lascivia que en mí provocaron (tú sobre todo con una espantosa impunidad), como extremadamente disímiles pues mientras contigo me entendía con palabras, gestos y leperadas, y gustábamos de intoxicarnos y bailar hasta que el sol saliera y yo necesariamente tuviera que dormir al lado tuyo, con ella no gustaba de bailar ni mucho menos de intoxicarme sino de comportarme de forma inefable porque aún me pregunto qué pasó durante todo ese tiempo.

Sí, he de confesarlo, te extraño pero me doy cuenta que ahora el amor es menos intenso que la nostalgia.