El poeta regañado por la musa
De Héctor Carreto
"Ante sus cabellos, el viento
fue incapaz de enredarse.
Intactos, sus labios permanecen.
Sólo la luz —camafeo— fijó el recuerdo",
fueron los versos que escribí pensando en Ella.
Después de leerlos, la Musa marcó mi número:
"¿Por qué me describes con palabras de epitafio?
Según mi espejo de mano, no estoy muerta ni soy estatua.
Tampoco quieras que me asemeje a tu madre.
¿Estás enfermo, o qué sinrazones
te obligaron a cambiar de poética?
¿Acaso aseguras un túmulo en la Rotonda de los Ilustres,
en el Colegio Nacional, o paladeas dieta vitalicia?
Escúchame: no escribas más como geómetra abstraído,
en un lenguaje de cristales que entrechocan,
capaz de pintar una batalla como ramo de madreselvas.
Confía en el instinto: que tus labios refieran con orgullo
mi talento en el baile, mi afición por el vino.
Presume al lector de mis piernas en la loca bicicleta
de los encuentros sudorosos cuyos frutos son tus epigramas.
Tampoco ocultes que tenemos diferencias.
Entre la musa que riñe contigo y la que duerme en un lienzo,
no dudes: confía en el instinto."