domingo, febrero 20, 2005
Caminábamos torpemente de una a otra orilla de la banqueta sobre San Juan de Letrán, pensando y confesando entre tanto que para ser más de media noche, y después de ya varias cantinas, yo algunos tequilas y tú otros tantos vodkas, el único lugar que nos faltaba aún por visitar, el que cantidades de veces imaginaste tomar por asalto y yo que de igual forma evité conocieras, era mi oscura alcoba, que ahora, tras haber echado a mis huéspedes, se convirtió en el sitio perfecto para reiniciar nuestros encuentros cercanos que por azares del destino debimos clausurar al grado de que no volviste a dirigirme la palabra, mientras yo todos los días me olvidaba de ti, al lado de una fascinante mujer que remató mi corazón como carne de segunda en un negocio de hamburguesas, porque, aseguró, a mí ya no me hacía falta y era éste el mejor uso que podría darle, comentario al que te sumaste, al atravesar Isabel La Católica, con una mirada que hizo aparecer un recuerdo, un beso y un dedo, que terminaron con la tristeza del sábado negro, el de ayer, que había vivido.