martes, septiembre 11, 2007

No habré de culpar de forma alguna a las eternas y soporíferas horas y días que paso frente al televisor haciendo del zapping un deporte del que confieso un maravilloso y portentoso talento, porque a más de todos estos meses en los que por motivos que no tiene caso ya mencionar, tendrías que darte por enterada que la poca vida social que logré durante algún tiempo se ha vuelto casi nula y que me he dedicado a la nada productiva contemplación, pues el extrañarte y pensarte no sólo alejada sino apartada de mí, no obstante el contacto y las últimas charlas que hemos tenido, porque el estar juntos ya no es válido siquiera imaginarlo, menos proponerlo, y, de ser sincero, así ya no me interesa dormir ni soñar, tan sólo el amor por mi carne, que es en verdad el lazo más fehaciente con esta realidad que ya me estaba más bien hartando, y es que las charlas de amigos y parientes me son monótonas y apáticas y (pensé que jamás ocurriría, y lo juro por Dios que odié y temí que este momento llegara) el salir con alguien más no acapara mi atención, pues las dos veces que lo hice terminé despidiéndome a los cuarenta minutos, al argüir pretextos idiotas y absurdos que ni yo mismo creía pero que me hacían ver como un tipo excéntrico y desquiciado, porque, además de la actitud, no ponía una pizca de atención en mi aliño, pero sobre todo en las conversaciones que tan raras y desconocidas fueron frente a los otrora febriles delirios de flirteos que terminaron en comentarios sobre lo tarde e insegura que las calles se habían vuelto, a eso de las siete de la tarde, en Coyoacán, y en lugares que evocaban de manera inequívoca cada una de esas tardes que iban del abrazo y la caricia, a los susurros y los besos que, según parecía, no podrían terminar, pero que, ya ves, son ya ten lejanos, distantes e inconcebibles.