lunes, septiembre 19, 2005

coyoacan

Te recostaste sonriendo malévolamente sobre mis piernas en aquel restaurante familiar, causando, por supuesto, el rubor en mi rostro y la mojigata vergüenza de los mañaneros comensales de las mesas contiguas, quienes, debido al rigor de tus candentes movimientos, intuyeron necesariamente que más allá de un descanso, buscabas el constante roce de nuestros cuerpos, que, de cierta forma, ya habías vislumbrado no volvería a ocurrir con esa sabrosa violencia que cierta noche descubrimos, porque canallezcamente acababas de romperme el corazón al confesarme que habías amanecido con un hombre muy ligado a tu intimidad, y tomado, de la succión de sus labios sobre tu cuello, una siniestra impronta como la que a mí nunca, acuérdate, me permitiste porque afirmabas que eso de la saliva no iba contigo, que eras una mujer que más bien se inclinaba por un trato romántico, existente sólo en tu imaginación, ya que, según me contaste más tarde frente a los helados que hacen contraesquina con el mercado de Coyoacán, habías disfrutado plenamente de tus idilios porque estos se basaban en lazos amorosos y no carnales, pero que, si hemos de ser sinceros, ni tú misma dabas crédito a las mentiras y mentiras que decías, porque para desmentirte sólo faltaba recordárte que la vez primera que salimos terminamos, sí, tú y yo, revolcándonos desnudos en nuestras más puras verdades y falsedades, y no en el silencio eterno al que nos condenamos ya por la tarde cuando tu mirabas pasar los autos sobre División del Norte y yo ocupaba mis pensamientos en recordar si había dejado cerrada la puerta de la casa, pues ya son dos las ocasiones en que lo he hecho, aunque lo único que haya aquí sean sólo botellas vacías y canditad de papeles en los que no hago más que recoger todas las cosas que no digo y que quizá jamás diga frente a frente, y es que más allá de vivir en el callado rencor y la amargura, me pierdo pensando cada una las atinadas palabras que debiera decir, pero que contengo, como éstas que, y espero que sólo quede entre tú y yo, me molestan desde hace varios días: te extraño.

domingo, septiembre 11, 2005

11-9

Dijiste, ya no sé si con tristeza o ironía (por que tu rostro no dejaba ver más), que si algo podría yo recordar de este domingo sería únicamente tvscreenshots que, desde luego, todo mundo trae a colación y a la menor provocación a las charlas de sobremesa, mientras que otros como yo, dices tú, vivimos olvidando lo anterior apenas está ocurrieno, no por mi pésima memoria, sino más bien porque, insistes, lo ocurrido no deja marca en mi vida, mientras alegas que últimamente me has visto cantidad de veces, en una de las enormes avenidas del sur de esta ciudad, besando con lujuria malsana a una delgada mujer que, según tú, ya se metió en tu vida, por que tus sueños no son míos sino de ella.