lunes, mayo 30, 2005

Every day I look at the world from my window.

domingo, mayo 29, 2005

Con cierto temor a mi reacción y con un húmedo y caliente halo que se condensaba en mi oído, me confesaste ser partidaria de aquella sentencia que obliga a tratar siempre a una mujer con el mismo respeto que le prodiga un plebeyo a su generosa y justa soberana, pero que a la hora del ayuntamiento debe uno dedicarle los mismos maltratos y oprobios que le merecen la más popular e intimada de las cortesanas, porque, al fin y al cabo, concluías, es lo mínimo que puede hacer un hombre por la suya. Yo, desde el momento en que salimos de aquella sala de cine, había evadido cada una de las tantas tonteras que tanto te gusta discutir hasta que la garganta se te desangra y vomitas no sólo cuágulos, sino también más improperios en contra de quien se deje, y pensaba entre tanto qué le diría a la ex mujer de Krauze que inexplicablemente consiguió mi número telefónico personal y me pidió que uno de estos días tomáramos un café y charláramos de temas más bien personales, ya que su comportamiento me pareció poco ordinadirio la última vez que nos vimos en un evento social al que asistí por casualidad y en donde ella me llevaba de la mano de un lado a otro presentándome con hartos fulanos y fulanas. Pero no tuve oportunidad de terminar con mis perogrulladas ni de seguir ignorándote porque tu contundente afirmación me orilló a pensar que te referías a que probablemente querías probarte como contorsionista o acróbata a la hora de intercambiar fluidos, y se me ocurrió que tal vez me estabas proponiendo materializar y consumar lo que dejamos inconcluso por culpa de tus necias ideas acerca de que no me importas ni me interesas en lo más mínimo.

Los ojos me brillaron y me volví con una sonrisa para mirarte detenidamente y comprobar que hablabas con plena seriedad. Y no supe ya entonces si había sido una broma de pésimo gusto o si, como aclaraste enseguida, estabas convencida de que debías conducirte como meretriz no para volver tu vida sexual un canto épico lleno de gloriosas batallas, sino más bien para que al momento de que te sumaras con otro alzaras la mano y pidieras que la cuenta se depositara ahí. Y te aclaro que no logré dilucidar tus aseveraciones puesto que mientras terminabas con aquel enunciado, ya me habías tomado del cuello y mordías el lóbulo de mi oreja, para luego alejarte corriendo y cambiar de tema inquiriéndome por la respuesta que me había dado la editorial regia por el libro apócrifo que les había enviado meses atrás.

He pensado en ti todos estos días y no sé si es ya hora de pagar todos mis desprecios.

viernes, mayo 27, 2005

A mi siquiatra no le cabe en la cabeza que a esta edad me dé por ver castillos en el viento.

jueves, mayo 26, 2005

Por la tarde en la trastienda

domingo, mayo 22, 2005

Ái te dejo con el piso limpio, con la mesa puesta, con la cama hecha y ése, tu jarrón, —qué aburrida vida— me voy a Hong Kong.

viernes, mayo 20, 2005

¿Quién soy?, ¿dónde estoy?, ¿cómo llegué aquí? son preguntas no de índole existencial sino más bien las que me formulé, de pronto, cuando me encontraba frente al televisor mirando los aburridos noticieros de la mañana, en plena resaca, y caía en cuenta de no recordar en lo absoluto la noche anterior ni cómo había ido a parar a la sala de mi casa, recostado en el viejo sillón, mientras sostenía una taza con cereal que yacía en mi estómago y que religiosa y ñoñamente desayuno todos los días. Tenía la mente en blanco, pero un pensamiento aterrador me sobrevino e imaginé que lo más probable fuera que luego de que nos echaran de aquella lúgubre cantina en la que tomábamos como cosacos o colonos de azotea de la Del Valle, nos hubiéramos dirigido sin mediar idea alguna a ese lugar al que tantas veces me insististe te invitara, pero que a mí me parecía un exceso: y es que llevarte hasta mi hogar sería mi completa perdición y la cúspide de tu mácula invasión a mi vida, y no lo digo porque de alguna manera quisiera yo apartarte y alejarme de nuestros viscosos encuentros, pero debido ya a la ingente cantidad de veces en que me has puesto una argolla en la nariz para arriarme como buey en la vereda de tus caprichos, se me ocurrió que el verte ahora brincando triunfadora entre gritos y exhalaciones precipitadas sobre mi cama significaría irreparablemente que habrías tomado el último rincón de mi intimidad y con ello el control absoluto de mi vida, a lo que, tú sabes, me niego rotundamente.

Y entonces, tras darme cuenta que, y no lo digo por ti, aún me gusta malgastar mi tiempo escuchando mensadas, me levanté trastabillando para correr a mi alcoba y corroborar que de ninguna manera mis ganas voluptuosas y las tuyas se habían consumado, dejando como saldo único, en mi cama, tu cuerpo inerte, lleno de sueños, al lado del aroma de tus secreciones y quizá también de mis lágrimas y mis confesiones de este idilio tormentoso. Pero afortunadamente nada hallé en las sábanas, donde sólo se encontraba revuelta mi colección de revistas obscenas con las que tanto me divierto y con las que inexplicamblemente me acuerdo de ti; aunque de anoche no recuerde en lo absoluto por más esfuerzos que haga. Tú, en cambio, me telefoneaste por la tarde para decirme que acababas de despertar, y que la noche de anoche jamás (y remarcaste el jamás) la olvidarías porque "nuestro" amor era verdadero.

lunes, mayo 16, 2005

Give the people what they want.
Todas las tardes amar a Martha era mi tarea.

domingo, mayo 15, 2005

De la Sierra Morena...
Qué grande fue mi tristeza cuando aseguraste que eso de fumar y beber eran sólo el principio de una vida que seguramente desembocaría en errar de aquí para allá como alcohólico teporocho, porque, valga repetir las palabras fatales que tu madre me embarró mientras su mirada llena de indignación y enfado me barría de pies a cabeza, a la vez que pensaba con angustia y una lágrima en el ojo que si al tener su hija amistades como yo era porque probablemente había fallado como progenitora, pero me confesó que no bebías ni gota de rompope porque tú sostienes que, tras la resaca, lo trágico no son los malestares físicos ni morales, sino las decenas de neuronas que mueren y cuyos cadáveres quedan en tu conciencia debido a la exagerada ñoñez y puritanismo que practicas, y de los que por poco me contagias cuando me insitaste a correr a tu lado todas las mañanas en los Viveros de Coyoacán. Yo, desde luego, me negué rotundamente, puesto que no iba a desaparecer, sólo por tus desconsiderados caprichos, un excedente en lípidos que tan bonachón y simpático me hacen ver y que tanta cebada fermentada y comida nada nutriente pero muy sabrosa me ha costado.

Aunque si te soy franco, debo aclarar que por un momento mi imaginación me sorprendió con una escena que jamás creí posible: tú vivías a mí lado y por supuesto yo había seguido tus múltiples y soporíferos consejos para llevar una vida de pereza y bienestar con el fin de alcanzar una longevidad horrorosa al lado de cuantiosos chamacos, hijos solamente del pecado llamado lujuria que supongo sería el único exceso al que me darías acceso. Pero los anhelos de mi vida pronto me abofetearon señalándome lo ridículo y espantoso de esta pesadilla, y, sin más, me regresaron los pies a la tierra: amo y gozo todo lo que engorda, hace daño o está prohibido; tú, en cambio, quisieras desproveer de colesterol todas las yemas de huevo y hacer de lo correctamente político un verdadero lodazal, en el que quizá debiera luchar contigo encarnizadamente, cuerpo a cuerpo, no sé si para darle un poco de sentido a mi fragmentaria e incorregiblemente aburrida vida sentimental, o si sólo porque eres la única mujer que me ha propuesto semejantes atrocidades con el objeto de hacerme experimentar lo que ninguna otra.

domingo, mayo 08, 2005

Luego de todos estos días en los que no habíamos cruzado palabra alguna, hablaste iracunda por teléfono para, con toda la fiereza que tus molares y colmillos te permiten, aventarme en cara que te habías enterado que el domingo anterior me vieron caminando por la Avenida de los Insurgentes al lado de una mujer de ombliguera que no paraba de reír ante la sarta de incoherencias que se me ocurrían, así como por las viscosas cosquillas que mi inquieta lengua le provocaba en su agridulce cuello de cisne. Cállate, pendejo, me tienes harta, eres un pitofácil, aseveraste haciendo gala de la finísima educación que siempre te caracterizó y con la que te diste a conocer en esas cantinas apestosas de las que me telefoneabas para que fuera a por ti y pagara la cuenta, porque, sobra decirlo, pero en esos momentos te volvía a renacer inexplicablemente una desbordada pasión por mí.

Pensé que tu llamada tenía como fin último saber qué ha sido de mí durante estas largas semanas, o para plantearme una solución para sacar el televisor de tu padre de la casa de empeño o, por lo menos, para ayudarte con la mudanza, otra vez, del cuchitril que rentas en Xochimilco a la casa de tu hermana la menor; pero no, parece ser que lo único que te mueve son tus arranques malévolos por molestarme y el malsano objeto de poner fin a mi vida con las demás mujeres. Desde hace años que te conozco, y no has hecho más que ponerme piedritas en el camino y utilizarme como imbécil y salida a tus tantos y absurdos problemas y mentiras en las que ya no caigo porque me sé al pie de la letra cada una de tus artimañas: cuando te comenté que sin saber por qué fui a parar al último rincón de este país y caí rendido a los pies de una mala poeta etílica, utilizaste una más de tus mentiras y argüiste que estabas encinta y que indudablemente la autoría pesaba sobre mis hombros, pese a que tú misma no creiste una sola de tus palabras porque sabías que la única vez que amanecí a tu lado fue cuando enfermaste de varicela y tu madre me pidió que viera por ti mientras ella regresaba de Boca del Río.

Y aunque no has dejado de llamarme onanista amateur, en activo las veinticuatro horas del día y de la noche, no había levantado el silencio porque me tenía sin el menor cuidado lo que pensaras de mí y de mi rutinaria y monótona vida, en la que habías desaparecido hasta el día de ayer en el que tuve que soportar la saliva que escurría del teléfono por tantas y semejantes majaderías e insultos. No, querida, no más, puedes ya buscarte otro más imbécil que yo para tu puerquito porque no estoy dispuesto a soportar uno más de tus somnolientos arrebatos.

jueves, mayo 05, 2005

Einsamkeit!

lunes, mayo 02, 2005

Cuándo será domingo para volver.

domingo, mayo 01, 2005

Días atrás recibí un correo electrónico que venía firmado por la fémina que me golpeó las vísceras y los sentimientos con tubo y roca, provocándome cierto aturdimiento, mareo y hemorragia, que me duraron varios meses, años para ser exactos, y de los que no me podía reponer porque, hay que ser sinceros: a) no quería; b) me perseguía su sombra, y, c) dicho sea entre nosotros, porque ella era toda una mujer en el sentido lato de la palabra. Un día, sin más, se acabó lo suyo y lo mío y guardé las fotografías mentales y frases célebres de aquella relación en un archivo muerto, al lado de varios libros de poesía joven y otras tantas cosas que me aburren, y lo arrojé en el camión de desperdicios y basura, porque, francamente, ya no hacían falta. En fin, que en el mensaje electrónico, entre otras frases, había una de reclamo, porque en varios meses yo no me hubiera tomado la molestia de escribir unas líneas para avisar por lo menos que seguía vivo. Debo admitir que de entrada la petición se me antojó igual a la que me habías escrito también hacía un par de semanas y en donde alimentabas mi botijón ego al decir que me rockestareaba por no enviar o contestar mensajillos de ocasión.

Extraordinario.

Tú fuiste también una mujer que con tubo y caguama me golpeaste, aturdiste y dejaste fuera de mí. Desde aquel momento en que me tomaste de la mano para cruzar la calle, mientras llevabas mi brazo completo a tu hombro y tu otra mano se escurría entre mi cintura y me pedías que al llegar a la cantina en la que nos amanecimos te acompañara al baño porque no querías estar sola, y pese a que lo niegues, también porque te diste cuenta que mis brazos estaban hechos a la medida de tu cuerpo, tanto que pasamos horas y horas bailando pegaditos, desde ese momento tu boca y sonrisa que minutos atrás me habían insultado y que minutos después yo probaría preso de amor y lujuria, me sedujeron, y sin saber por qué sucumbí ante tus ojos que se cerraban y tú, llena de frío, miedo y cansancio, sólo alcanzabas a decir abrázame.

Pero no, los mensajes en nada eran iguales, ya que tú respondías al llamado que yo te había hecho y no al sobresalto de la inquieta curiosidad y la imprescindible nostalgia, aunque invariablemente llevará el mismo reclamo. Son tú y ella dos mujeres iguales, por el cariño, la entrega y la límpida lascivia que en mí provocaron (tú sobre todo con una espantosa impunidad), como extremadamente disímiles pues mientras contigo me entendía con palabras, gestos y leperadas, y gustábamos de intoxicarnos y bailar hasta que el sol saliera y yo necesariamente tuviera que dormir al lado tuyo, con ella no gustaba de bailar ni mucho menos de intoxicarme sino de comportarme de forma inefable porque aún me pregunto qué pasó durante todo ese tiempo.

Sí, he de confesarlo, te extraño pero me doy cuenta que ahora el amor es menos intenso que la nostalgia.