sábado, enero 29, 2005

Anoche llegué reventando en grados de licor y sin más me arrojé como un perro en mi alcoba.
Lloré y no sé por qué estoy triste.

jueves, enero 20, 2005

Te besé anoche con la boca llena de alcohol aguardientoso para que supieras que no te arderían los labios y el paladar de la misma forma en que se te incendió al mentir y decir que no lees ni por error estas líneas que aquí dejo, y que tal vez en su mayoría sean falsas, pero que no se comparan en nada con las tantas y tantas que ya me habrás dicho, pensando que, sí, soy tu burla, tu carcajada.

miércoles, enero 19, 2005

El que ríe al último...
es un pobre rencoroso.

domingo, enero 16, 2005

Toda mi casi inextinguible verborrea que poseo y que me ha valido no sólo los cumplidos de desquiciado mental sino también los comentarios de mujeres hermosas muy bien halagadas (como el jueves pasado en que, mientras charlaba acaloradamente con editor en un café ubicado en pleno corazón de Coyoacán, puse a rodar toda mi maquinaria y me armé de valor para acercarme a Cecilia Suárez y decirle hola, soy Nicoménicus y he visto todas tus películas, a lo que ella sonrió y musitó sensualmente un mucho gusto, yo he leído varias veces tu página y creo que eres un tipo encantador —o por lo menos creo yo fue lo que pensó al mirarme en silencio—, y que tras escucharme un par de minutos me dio un teléfono al que sugirió le llamara) desapareció por completo al verte el día de ayer, pues lo único que se me ocurrió balcucear, en medio de bien logrados titubeos y tartamudeos, es que mi madre, a quien conociste hace casi medio año, no ha dejado de preguntarme por ti e inquirir en cuándo irás a casa para conocerte un poco más, porque, hijo, entiende que ella es una chica que además de bella vale la pena, ya que te alejaría de esa vida tan irregular, desordenada y errante que llevas, la cual, supongo, ignoras, puesto que son ya varios los años en que apenas si te he visto y hemos cruzado un par de palabras, y es que, si te soy sincero, mi estulticia y torpeza se vuelven lúcidas y dan lo mejor de sí, coadyuvando a comportarme como verdadero imbécil, y que seguramente es lo que sigues pensando de mí, a la vez que yo me doy cuenta de que nada ha cambiado entre nosotros, pues sigo siendo el mismo imberbe al que le tiemblan las rodillas al mirarte los ojos, i . . a.

sábado, enero 15, 2005

Reply:

Cría cuerdos
y te sacarán
vaciarán
picarán
robarán
violarán
escupirán
secarán
domesticarán los ojos

lunes, enero 03, 2005

Cría cuervos...
...y, sí, te sacarán los ojos.

domingo, enero 02, 2005

Ya conociste al indio bueno, ora vas a conocer al indio malo, fue la misma frase que aquel personaje hollywoodense galardonado con un Oso de Berlín le profiriera a la protagonista blanca cuando ésta le echó en cara su último comportamiento hacia ella, y que con una espumosa rabia mascullé entre dientes, sólo para mí, al escucharte decir que tú y yo nada hicimos la noche del cambio de un año a otro, porque esa tarde apenas si fueron un par de minutos los que nuestras miradas utilizaron para saludarse y enviarse acaso un inesperado, extraño e inexplicable guiño con tintes de flirteo, que, aseguras, confundí gracias a mi bien logrado estado de ebriedad y alcohol barato, y que quizá éste se debió a una ebriedad malsana, loca y desenfrenada hacia ti, ya que los únicos turbados etílicamente fueron un par de púberes, a quienes les doblábamos la edad, que ingerían nuestras sendas copas mientras tú y yo hacíamos lo propio y lo previo para conocernos de forma bíblica, porque, acuérdate, que bailamos y nos comportamos como si fuera el último día de nuestras vidas, pese a que hubiera un mañana —que hoy ya es ayer— en el que —¿para qué negarlo si medio mundo se enteró?— despertamos casi a mediodía, el uno sobre la otra, más o menos así, y tú, ya más tarde, confesaste tu sorpresa y admiración ante tus amigas y conocidas sobre lo que había ocurrido, arguyendo que todo había sido producto de la confusión y "la ebriedad" que me había hecho alucinar e inventar una historia que empezó, luego de varios tragos de aguardiente y tequila, y continuó, cuando comenzaba el año nuevo, justo en el momento que me tomaste eufórica para besarme y decirme, susurrando, que no me aprovechara de ti, mientras yo, mudo y preso de lujuria, seguía como siempre sólo tus proposiciones de facto y no las verbales: no podrás negar que contigo he sido únicamente dócil y un verdadero asno... pero ya no: guárdate de mi desprecio.