sábado, octubre 09, 2004

He de atreverme a arrojarte sin miramientos mi arenga reiterativa sobre la desmesura con la que te he buscado y te busco, porque son ya incontables las ocasiones en que, teniéndote a mi lado, me he contenido para acercarme, tomarte de la cintura y morderte nuevamente, y quizá ya hasta sangrarte, esos labios cuyo insultantemente dulce sabor es también agrio las veces en que dices no, no y no, sin saber, por supuesto, que en cada negación se apodera de mí un frío aterrador que provoca que la sangre refluya de mi corazón, como hace apenas unos días, en los que, mientras te miraba, setenta veces me reprendí y prohibí el buscar tus brazos, porque lo más juicioso es olvidar esas tardes húmedas en que hacíamos "cochinadas", aseguraste, y en las que yo, preso y enfermo todavía de esas suciedades, al llegar a mi alcoba, caía de rodillas completamente loco, entregado a mis pensamientos que giraban sólo en torno tuyo tratando acaso de olvidar que no sólo eres una mujer hermosa y blanca, sino también lo que en mi vida está faltando, pese a que afirmes que de eso ya nada existe, ya que ignoras y desconoces las noches en que temblando de tristeza me he dormido o amanecido con la única idea de que cada vez estás más lejos de mí y yo de recobrar la sensatez y cordura.