sábado, noviembre 29, 2003

Sólo los ojos de Pancha ái nomás.

jueves, noviembre 27, 2003

Hablabas colérica y me repujaste la cara de felicidad diciéndome que me extrañabas como loca y desesperada, porque luego de tantos meses en los que habíamos decidido vernos sólo para tomar café y hablar el complejísimo Umgangsprache con el que tanto te deleitas y con el que me arrojas las insinuaciones más sucias que tu imaginación da, aseguraste era posible, más bien una realidad, que no obstante de que te ha dado por salir con un orangután europeo, con quien según referiste habías encontrado "la felicidad" (lo que quiera que eso signifique), te percataste que muy a pesar de que fui siempre tu Johnny Depp de petatiux, a mi lado reías como enajenada por horas y horas, haciendo plena alusión al día en que estabas enferma de fiebre maligna y en el que, movido por la preocupación y mis ganas depravadas, te acompañé invariablemente durante desayuno, comida y cena: desde que el sol hubo salido hasta que tu padre, que llegaba al final de la noche, te sorprendió paladeando mi saliba y, haciendo gala de su enorme fuerza brutal, me pidió, lleno de ira y violencia, que me fuera.

Yo te respondía eufórico pero sosiego que había dispuesto distanciarnos porque tu atractivo de nympheta había colapsado mis deficientes facultades mentales y llevado casi a la locura por evitar a toda costa que nuestros epopéyicos encuentros lascivos, primero, fueran eternos, y, segundo, para que esas deliciosas charlas que buscábamos al menor pretexto y que estaban condimentadas de comentarios húmedos que nos obligaban necesariamente a hacer nudos marinos con nuestras piernas debajo de la mesa, fueran asimismo infinitas, pero distanciarnos sobre todo porque luego que regresaste de tus viajes por las europas, en los que sólo aprendiste a liarte con monos blancos, te diste a la tarea de seguir coleccionando en tu lista de galanes importados a cuanto individuo del viejo continente te encontrabas y, disciplinada como eres, diste con el mandril del que hablabas al principio.

Y lo hiciste de nuevo: destrabaste nuestras piernas y te asiste con fuerza a mi brazo para salir por el Umgangsprache con todo y Betonung.

martes, noviembre 18, 2003

¿Quién soy?, ¿dónde estoy?, ¿cómo llegué aquí? son preguntas no de índole existencial sino más bien las que me formulé, de pronto, cuando me encontraba frente al televisor mirando los aburridos noticieros de la mañana, en plena resaca, y caía en cuenta de no recordar en lo absoluto la noche anterior ni cómo había ido a parar a la sala de mi casa, recostado en el viejo sillón, mientras sostenía una taza con cereal que yacía en mi estómago y que religiosa y ñoñamente desayuno todos los días. Tenía la mente en blanco, pero un pensamiento aterrador me sobrevino e imaginé que lo más probable fuera que luego de que nos echaran de aquella lúgubre cantina en la que tomábamos como cosacos o colonos de azotea de la Del Valle, nos hubiéramos dirigido sin mediar idea alguna a ese lugar al que tantas veces me insististe te invitara, pero que a mí me parecía un exceso: y es que llevarte hasta mi hogar sería mi completa perdición y la cúspide de tu mácula invasión a mi vida, y no lo digo porque de alguna manera quisiera yo apartarte y alejarme de nuestros viscosos encuentros, pero debido ya a la ingente cantidad de veces en que me has puesto una argolla en la nariz para arriarme como buey en la vereda de tus caprichos, se me ocurrió que el verte ahora brincando triunfadora entre gritos y exhalaciones precipitadas sobre mi cama significaría irreparablemente que habrías tomado el último rincón de mi intimidad y con ello el control absoluto de mi vida, a lo que, tú sabes, me niego rotundamente.

Y entonces, tras darme cuenta que, y no lo digo por ti, aún me gusta malgastar mi tiempo escuchando mensadas, me levanté trastabillando para correr a mi alcoba y corroborar que de ninguna manera mis ganas voluptuosas y las tuyas se habían consumado, dejando como saldo único, en mi cama, tu cuerpo inerte, lleno de sueños, al lado del aroma de tus secreciones y quizá también de mis lágrimas y mis confesiones de este idilio tormentoso. Pero afortunadamente nada hallé en las sábanas, donde sólo se encontraba revuelta mi colección de revistas obscenas con las que tanto me divierto y con las que inexplicamblemente me acuerdo de ti; aunque de anoche no recuerde en lo absoluto por más esfuerzos que haga. Tú, en cambio, me telefoneaste por la tarde para decirme que acababas de despertar, y que la noche de anoche jamás (y remarcaste el jamás) la olvidarías porque "nuestro" amor era verdadero.

jueves, noviembre 13, 2003

Tú, tranquila, hoy me entregan mi teclado y podremos sentarnos, uno al lado del otro, para que me corrijas los acentos.

Te veo en la tarde.

viernes, noviembre 07, 2003

Sin paráfrasis de nadie, mira, imbécil, �ndate con cuidado porque el día en que te vea voy a partirte la madre.

jueves, noviembre 06, 2003

Con cierto temor a mi reacción y con un húmedo y caliente halo que se condensaba en mi oído, me confesaste ser partidaria de aquella sentencia que obliga a tratar siempre a una mujer con el mismo respeto que le prodiga un plebeyo a su generosa y justa soberana, pero que a la hora del ayuntamiento debe uno dedicarle los mismos maltratos y oprobios que le merecen la más popular e intimada de las cortesanas, porque, al fin y al cabo, concluías, es lo mínimo que puede hacer un hombre por la suya. Yo, desde el momento en que salimos de aquella sala de cine, había evadido cada una de las tantas tonteras que tanto te gusta discutir hasta que la garganta se te desangra y vomitas no sólo cuágulos, sino también más improperios en contra de quien se deje, y pensaba entre tanto qué le diría a la ex mujer de Krauze que inexplicablemente consiguió mi número telefónico personal y me pidió que uno de estos días tomáramos un café y charláramos de temas más bien personales, ya que su comportamiento me pareció poco ordinadirio la última vez que nos vimos en un evento social al que asistí por casualidad y en donde ella me llevaba de la mano de un lado a otro presentándome con hartos fulanos y fulanas. Pero no tuve oportunidad de terminar con mis perogrulladas ni de seguir ignorándote porque tu contundente afirmación me orilló a pensar que te referías a que probablemente querías probarte como contorsionista o acróbata a la hora de intercambiar fluidos, y se me ocurrió que tal vez me estabas proponiendo materializar y consumar lo que dejamos inconcluso por culpa de tus necias ideas acerca de que no me importas ni me interesas en lo más mínimo.

Los ojos me brillaron y me volví con una sonrisa para mirarte detenidamente y comprobar que hablabas con plena seriedad. Y no supe ya entonces si había sido una broma de pésimo gusto o si, como aclaraste enseguida, estabas convencida de que debías conducirte como meretriz no para volver tu vida sexual un canto épico lleno de gloriosas batallas, sino más bien para que al momento de que te sumaras con otro alzaras la mano y pidieras que la cuenta se depositara ahí. Y te aclaro que no logré dilucidar tus aseveraciones puesto que mientras terminabas con aquel enunciado, ya me habías tomado del cuello y mordías el lóbulo de mi oreja, para luego alejarte corriendo y cambiar de tema inquiriéndome por la respuesta que me había dado la editorial regia por el libro apócrifo que les había enviado meses atrás.

He pensado en ti todos estos días y no sé si es ya hora de pagar todos mis desprecios.